Una fila de unas seis personas está formada sobre la calle 57, en Manhattan, Nueva York, esperando entrar a la clínica CityMD, donde realizan pruebas gratuitas de Covid-19 y anticuerpos.
Son las 5 de la tarde del lunes en la “Gran Manzana”.
Es una escena natural, en una ciudad donde desde hace meses el gobierno decidió ofrecer pruebas gratuitas a toda su población: las veces que quieran, en horarios de 7 de la mañana a 11 de la noche, y en un sinfín de puntos en todos los barrios; sin importar si tienen seguro médico o si son inmigrantes con documentos o ciudadanos, o simples visitantes, como yo. O si se tienen síntomas.
En sólo 20 minutos me realizaron la prueba nasal después de llenar un formulario y dejar mis datos. 48 horas después el resultado llegó a mi correo.
Esta accesibilidad ha permitido a las personas volver a verse, en grupos no numerosos, y en áreas abiertas, tal como una reunión a la que asistí de no más de una decena de invitados –en una terraza y con distancia social- y en donde tenían certeza de sus resultados negativos.
El miércoles pasado, las autoridades anunciaron la menor tasa de positivos desde que inició la pandemia, con 0.24%, y días en los que no se registra ninguna muerte, o a veces 2 ó 3.
¿Qué hizo esta ciudad que fue centro de la pandemia? ¿Qué se puede replicar?
En unos días de visita me dediqué a preguntar a especialistas, colegas, organizaciones y ciudadanos acerca de qué ocurrió en Nueva York, sobre todo en comparación con las demás
ciudades de Estados Unidos. Guardando proporciones, la Ciudad de México comparte características como ser la ciudad con mayor número de habitantes de su país, con vida vertical, donde el uso del transporte público es generalizado, la diversidad cultural, el hacinamiento en la vivienda, entre otros factores.
Y a pesar de que en la capital mexicana los casos han logrado frenarse un poco al pasar de un índice de positividad del 54% en mayo al 29% el pasado 21 de agosto - a pesar de que no hay suficientes pruebas- no han bastado las decisiones para que el descenso sea lo suficientemente pronunciado.
En su despacho o su casa, Claudia Sheinbaum, lee casi todos los días artículos científicos sobre Covid-19, los comparte con su madre, quien es académica en Bioética y con la pareja de ésta, especialista en temas de enfermedades respiratorias. Esta disciplina e interés le ha permitido tomar decisiones distintas a las del gobierno federal y marcar una diferencia. Pero evidentemente no ha sido suficiente.
En la Gran Manzana sí hay una diferencia. La recuperación y reactivación de la ciudad es visible en sus calles, restaurantes, parques y otros establecimientos donde la vida renace.
Algunos científicos aseguran que la inmunidad de los que ya tienen anticuerpos podría rondar el 30% de la población, lo que sería otro factor para el decremento de casos.
Pero, sin duda el acceso a pruebas -que el subsecretario de Salud en México, Hugo López Gatell, ha asegurado que no son necesarias- ha sido un factor determinante. Un mexicano promedio no puede estar pagando 3 mil pesos semanales para monitorear si contrajo el virus, pero a la vez debe empezar a volver a las actividades sin la certeza de si puede infectar a los otros. Si tuviera ese control, hacer cuarentena de inmediato en caso de dar positivo –aún sin síntomas- aminora las posibilidades de dispersión del virus.
Los restaurantes en esta ciudad no abrieron en interiores, sólo en terrazas y se otorgaron permisos especiales para colocar sillas y mesas en las banquetas y parte de la calle, con separaciones por acrílicos la mayoría. De tal manera que no existe un establecimiento cerrado en el que la gente esté dentro sin cubrebocas.
Por otra parte, los gobiernos locales invirtieron en apoyos económicos desde un inicio, lo que impactó en que personas de grupos de riesgo pudieran quedarse en casa con la certeza de tener qué comer, y se hicieran cuarentenas estrictas.
En el transporte público se regalan mascarillas sin límites, por si el usuario olvidó la suya o está deteriorada. Se ofrece sanitizante en los establecimientos y en cada esquina hay anuncios para hacer consciencia: “Cómo debe ponerse y cómo no un tapabocas”, “protégete y nos protegemos”, entre otros mensajes.
Pero sobre todo, el gobernador del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, –demócrata cercano a Bill Clinton; querido por algunos, señalado por otros- ha sabido ejercer un liderazgo permanente sobre la rigidez de la cuarentena, en su momento, luego sobre la invitación a la población a hacerse pruebas gratuitas, y a cómo se deben usar los tapabocas. “Si me pongo este cubrebocas bajo la barbilla no es nada. No es un cubrebocas. Es un protector de barbilla, ¡eso no sirve de nada! No. ¡No debe bajarse el tapabocas ni para descansar!”, se le ve decir en un video en el que “regaña” a la población por no utilizarlo adecuadamente.
El próximo 13 de octubre publicará el libro “American Crisis”, lecciones de liderazgo frente a la pandemia, en el que contará la serie de decisiones que debieron tomarse en el camino y cómo pasó Nueva York a ser el centro de tragedia en América a una de las ciudades con tasa más baja de positivos.
¿Qué hay que aprender de casos de éxito? Sin duda poner foco en lo que es replicable, sin importar la inversión que eso representa, es importante; pero también ejercer un liderazgo desde el poder que sea disruptivo, suficientemente fuerte y determinante para lograr resultados visibles en bajar números.
¿Podría la Ciudad de México lograrlo?
SANDRA ROMANDÍA es periodista de investigación. Coautora de Narco CDMX (2019) editorial Grijalbo; y Los 12 Mexicanos más pobres (2016) editorial Planeta y ganadora de la beca María Moors Cabot, de la Universidad de Columbia en Nueva York.