Hace más de 200 años un hombre enunció una frase que formaría parte del colectivo nacional mexicano, tanto por su profunda elocuencia y significancia como por su imperecedera vigencia: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Tan famoso discurso atribuido al Benemérito de las Américas, tuvo en aquel entonces la finalidad de apaciguar un pueblo que se encontraba sumido en el caos, primordialmente gestado ante la diferencia de opiniones de quienes, en ese momento, pretendían dirigir el destino de nuestra nación.
Y es precisamente ese concepto, la libertad de expresión, el que nos conduce como seres humanos, nuestra capacidad de concebir el mundo acorde con nuestros sentimientos, conocimientos y opiniones. No obstante ser quienes somos hoy en día resulta más complicado que antaño, debido a la gran cantidad de formas de pensar que existen y dada la facilidad de externarlas a nivel global, hace que la convivencia entre razonamientos sea cada vez más difusa, difícil de expresar, o en algunos casos, parecemos totalmente incapaces de congeniar o mínimamente de encontrar un punto medio.
Desde la liberación femenina gestándose en los años sesenta hasta las grandes marchas del orgullo LGBTIQ+ que vemos al día de hoy, es inevitable pensar que la diversidad de opiniones es actualmente el común denominador de una sociedad cada vez más empoderada y asertiva en cuanto a la aceptación de razonamientos diversos. Pero, ¿realmente somos más tolerantes? ¿En verdad hemos llegado a un punto en el que hemos creado una sociedad tan abierta que no tenemos problema en aceptar creencias que no son necesariamente parte de nuestro diario acontecer o aquellas con las que no congeniamos del todo?
Esto ha sido tema de debate en foros populares, pues sectores de la sociedad más conservadoras no aceptan de buena manera las nuevas tendencias estatutarias de algunas “minorías” o gremios que, si bien no tenían ningún derecho a ser oprimidas, se han alzado con manifestaciones y vociferaciones que exigen la inclusión en nuestras comunidades, el derecho legítimo de ser visibilizadas y aceptadas tal y como son, y el pleno reconocimiento de sus derechos y necesidades como seres humanos.
Desafortunadamente, esta diversidad de opiniones puede ser blandida y asumida por quien sea y por las razones menos humanistas. En Escocia recientemente se aprobó una ley (Ley de Delitos de Odio y Orden Público) en donde se califica como crimen de odio el dudar de la identidad autopercibida de una persona, esto quiere decir que, si te niegas a reconocer a un hombre que se identifica como mujer, estás incurriendo en un crimen, y por lo tanto puede haber consecuencias penales. Esta ley en opinión de muchos trasgrede por completo el derecho a la libertad de expresión, puesto que es sumamente ambigua respecto a lo que representa un crimen de odio y solo busca proteger a un sector de la población vulnerando al resto.
Siendo brutalmente honestos, los seres humanos hemos sido muy injustos con nosotros mismos, pues en mayor o menor medida todos tenemos prejuicios, sensaciones de autopreservación que nos ayudan a comprender el mundo, pero ¿en qué momento opinar distinto a los otros se convirtió en un crimen de odio?, ¿cuándo fue que perdimos la opción de discernir y simplemente preferimos justificar? Pareciera que entre más libertad tenemos para expresar nuestra opinión, en realidad somos menos libres para externar la misma.
Y esto no solo tiene que ver con la diversidad de género, sino también con diferentes creencias, pues movimientos como el feminismo siguen siendo incomprendidos y por ende poco aceptados por aquellos que desconocen del tema. Si consideramos como una premisa ser felices, podríamos en este momento tener implícita una máxima francesa “Laissez faire, laissez passer”, dejar hacer, dejar pasar por primera vez usada por Vincent de Gournay.
Los seres humanos somos valiosos por nuestra mente y nuestro corazón, lo demás solo tenemos que dejarlo pasar. Habiendo dicho esto, es un hecho que no hay marcha atrás, las nuevas generaciones traen consigo ideologías que a quienes llevamos más tiempo en el planeta nos llevará más tiempo comprender y aceptar, ya sea música, religión, política o un equipo de futbol. Nuestro derecho fundamental a expresarnos libremente no puede desviarnos del hecho de que la clave para la sana convivencia y aceptación es recordar aquella sabia frase que un pequeño pastor oaxaqueño impregnó en nuestra idiosincrasia hace más de 200 años.