Quien esté libre de mentiras, que arroje la primera piedra.
Si por mentira entendemos la adecuación de la mente, a través del lenguaje, con la realidad (siguiendo la lógica aristotélica, conocida como teoría de la concordancia o adecuación), todos en parte mentimos, pues por nuestra condición humana, condicionamiento subjetivo de lo que somos, el conocimiento y comprensión de nosotros y nuestro entorno está limitado, pero si le sumamos el lenguaje para describirlo y comunicarlo, el asunto es más complicado.
Aun así, buscamos y nos atrae buscar la “verdad”; la queremos conocer, describir y comunicar.
En contra partida a la verdad está la mentira, la cual puede ser culposa o no, dependiendo de la intensión del sujeto al comunicar algo o relacionarse con alguien, o bien, si el sujeto, por lo que es y la función que desempeña ante los demás, debe o no saber y conocer algo relacionado a esa función. Por ejemplo, un médico no puede argumentar “no saber” de los efectos de un medicamento que receta para evadir responsabilidad.
En tiempos de post verdad, es decir, de la construcción y comunicación de “realidades” mediante narraciones (contextualización interesada de hechos) simples que ofrezcan una explicación “aceptable” de lo que vemos y hacen los demás, aunque esta no se sustente en lo verificable, corroborable, la mentira hace de nuestra vida “verdad” que se impone.
El asunto no es nuevo. Es tan antiguo como el origen mismo del ser humano, quien, al relacionarse con otro, engaña, manipula, ofrece “verdades”, oculta información, etcétera, a mayor o menor medida, según las circunstancias y necesidades. Las relaciones sociales se tejen, en parte, a base de mentiras, engaños y manipulaciones, aun cuando invocamos, exigimos y buscamos la verdad.
Curiosamente, a mayor información disponible, compartible, accesible, la mentira, el engaño y autoengaño se incrementa; pero a la vez, la exigencia de verdad va a la par. Nuestra realidad humana está, incluso en esto, en tensión y contradicción, lo que también posibilita y propicia abrir y descubrir caminos hacia lo que consideramos verdadero.
Lo anterior lo podemos tomar como referentes, que, al aplicarlos a nuestra vida social específica, adquieren grados, niveles y consecuencias distintas, incluso de responsabilidad. Por ejemplo, no es lo mismo que un hijo mienta o engañe (mentir con afirmaciones verdaderas) a su padre, que un gobernante lo haga hacia la comunidad.
Por otra parte, sobre información gubernamental o institucional, se puede señalar que “información oficial” no es equivalente a “información verdadera”, y no porque se mienta o engañe intencionalmente quien ofrece esa información, sino porque la información “verdadera” implica toda la información necesaria para conocer y comprender algo, y la autoridad pública sólo está en condición de ofrecer aquello que tiene a su alcance y le compete ofrecer desde su ámbito porque debe tener con qué sostenerlo y someterse a la verificación (se supone, al ser información oficial).
Lo mismo podríamos señalar sobre la información que ofrecen los medios de comunicación, los periodistas, que tienen como identidad ofrecer información noticiosa, la cual puede tener como fuente “información oficial”, la “no oficial”, la que ellos recaban y analizan personalmente, la que otros ponen a disposición, y que supone fue sometida a verificación, corroboración, contextualización para ser publicada.
Si en una guerra lo primero que se “mata” es la verdad, en una contienda electoral (por cierto, que usa lenguaje bélico como campaña, cuarto de guerra, etcétera), sea por mantener o conquistar el poder público, la verdad queda también al arbitrio de los contendientes, incluso matándola. De ahí la necesidad de una labor de actores “ajenos” que guarden distancia honesta ante contendientes por del poder público, para ofrecer elementos que permitan verificar, contrastar, corroborar, contextualizar la información que surge de las y los ellos, y de los actores públicos-institucionales: gobernantes, autoridades electorales, financiadores y proveedores de bienes y servicios en las campañas.
¿Quiénes podrían ofrecer un servicio de información verificada, corroborada, contextualizada, con la distancia necesaria para no quedar atrapados en intereses de las y los contendientes? Centros de educación superior con estudiantado observador mediático de contenidos de las contiendas electorales desde distintos campos de formación: comunicación, derecho, economía, administración, salud, educación, seguridad. Un servicio de esta naturaleza sería un aporte fundamental a la democracia.
Aunados a ellos, los medios de comunicación con periodistas y empresas mediáticas que le apuesten a marcar agenda ciudadana y no dependan de la agenda de los y las contendientes políticos; que se apoyen de lo que centros de educación superior, con estudiantado observador de las contiendas, para ampliar su labor noticiosa verificando, corroborando, contextualizando con ese estudiantado.
Observadores y observadoras de contenidos político-electorales en tiempos de post verdad, un aporte para la democracia.