Es asunto no es menor. Menos aún, mi voto no está en venta o a cambio de algo, pero sí tiene un valor, un peso, y sobre ello me manifiesto de cara a la Jornada Electoral del próximo 2 de junio, el ¡próximo domingo!
Mi voto vale porque pesa, porque cuenta, y sobre todo porque expresa mi voluntad, mi querer, mi libertad, mi dignidad.
Aún más. Algo que me motiva a votar es lo siguiente: con el voto, todas y todos somos iguales, tenemos y ejercemos el mismo poder de elección. El voto del Presidente de la República, del gobernante, del campesino, del pintor, de la persona joven, de la mujer en postración, de la mexicana y mexicano que reside en el extranjero, el voto de mi vecina, de mi vecino, de mi hermana o hermano, valen y cuentan lo mismo. En una Jornada Electoral todas y todos somos iguales y con el mismo poder de elección. Que muy fregón tú, que te las rifas todas, que nomás tus chicharrones cuentan… Pues no. Ese día nos emparejamos todas y todos al votar.
El voto nos iguala, pesa y cuenta igual cada uno. De hecho, en nuestro sistema electoral una elección no se gana, en sentido estricto, con porcentajes de votos, sino con el número de votos, de tal suerte que en un escenario extremo (casi imposible por el número de personas electoras en el listado nominal), puede ganar la Presidencia de la República quien tenga un voto más de diferencia, aunque porcentualmente la diferencia sea de 0.00000000000000001 por ciento).
En 2006 en Jalisco se registró un hecho inédito: en la elección de munícipes de Tuxcueca el resultado fue un empate con 662 votos entre las candidaturas del PAN y el PRI. ¡Los votos nulos fueron 101, y el de candidatos no registrados 1! Si este último voto no hubiera sido para alguien no registrado, sino para uno de los dos punteros, ese voto habría definido a la persona ganadora. La elección se tuvo que repetir al año siguiente. Se reacomodaron las fuerzas políticas y el PAN se impuso con 1,265 votos sobre el PRI que obtuvo 984 sufragios. Claro, era un municipio pequeño. Se instalaron nueve casillas. La elección, prácticamente, se ajustó a unos acuerdos entre familias.
En una elección estatal para la gubernatura, o de algún municipio mayor, pero sobre todo, una elección presidencial, un escenario de empate es prácticamente imposible, pero por el peso y valor de un voto, es legalmente factible, pues se gana o se pierde con un voto. De ahí, el valor y peso de un solo voto, de la voluntad expresada por una sola persona el día de la Jornada Electoral del próximo 2 de junio.
Pero con nuestro voto no solo manifestamos y dejamos constancia en una boleta electoral nuestra voluntad de elegir a determinada persona, o como dirían los teóricos, no solo transferimos y delegamos nuestro poder a determinadas personas para que nos gobiernen o nos representen por un tiempo y facultades específicas y determinadas. A la vez, expresamos qué fuerza o expresión política mantendremos al elegir determinado partido político. Con nuestro voto determinamos qué partidos deben continuar y qué partidos no (si un partido no obtiene al menos el 3 por ciento de los votos emitidos, quedará fuera de la jugada: ¡pierde su registro y financiamiento público!).
Aunado a lo anterior, debemos observar lo que hay detrás de nuestras boletas para senadurías, diputaciones y munícipes, pues ahí podremos ver las candidaturas que compiten para diputaciones de representación proporcional, los llamados plurinominales, las senadurías de lista, así como las planillas de munícipes que van para una regiduría o sindicatura. Esas personas candidatas están agrupadas con el nombre del partido o coalición que las postula, así que al cruzar un emblema partidista por el frente, estamos, indirectamente, eligiendo a personas que están en la lista de candidaturas en la parte de atrás (reverso de la boleta).
Sin embargo, si no se acude a votar, ¿qué sucede con nuestro voto? ¿Ya no cuenta? Primero, nuestra voluntad no quedó expresada en la boleta que se previó para cada persona electora, pero el “peso” de nuestro voto se transfiera a quienes sí votaron, es decir, el peso de nuestra elección se lo dejamos a quienes sí acuden a votar. Por ejemplo: si hay cien personas electoras, cada voto vale 1 por ciento, es decir, “pesa” igual; pero si solo acuden a votar 50 de cien, el “peso” de la decisión de esos 50 será por dos cada uno (aunque cada voto valga al contarse por uno), y así sucesivamente, entre menos personas acudan a votar, quienes sí lo hagan, tendrán el “peso” de la decisión de quienes no lo hicieron.
Claro, hablo como quien ha decidido acudir a votar el próximo domingo, como lo he hecho en todas las elecciones tanto federales como locales, en Baja California Sur desde 1985, cuando radicaba allá, y desde 1994, en Jalisco.
En primer lugar, decidir acudir a votar es un acto de libertad, tan libre como quien de manera consciente y libre no acude a votar. Y vaya que los hay, personas que motu proprio no acuden a las urnas; no por desidia, desinterés o ignorancia.
El segundo momento, luego de decidir acudir a las urnas, implica otras decisiones que se esperan sean libres, es decir, conscientes: votar por una opción política o anular el voto. Las dos, son decisiones personales, tan válidas como la primera decisión.
En lo personal espero y deseo que todas y todos acudamos a votar, a manifestar y expresar nuestra voluntad. Día para elegir y decidir qué rumbo darle a nuestro país, a nuestro estado, a nuestro municipio.
El próximo domingo no es un día para entregar un cheque en blanco o solo delegar nuestro poder en gobernantes y representantes populares; no, pues elegiremos mandatarias y mandatarios, es decir, quienes recibirán un mandato de los mandantes, es decir, de nosotros, ciudadanas y ciudadanos; y como los elegiremos para que nos “hagan los mandados” establecidos en la ley (Esteban Garaíz dixit), habrá que exigirles luego que rindan cuentas sobre lo “mandado”. Esta historia, tras un proceso electoral, continuará: los mandantes estarán checando a quienes reciban un mandato.