Los Porkys es un caso de impacto incluso internacional: una pandilla de muchachos sin escrúpulos, prepotentes y protegidos por su condición social privilegiada, concluyeron un día de fiesta violentando sexualmente a una menor de edad. ¡El coraje y la indignación me aturden…!
Ya en 2006, el Unicef alertaba con dato horripilante: “En todo el mundo el 20% de las mujeres y entre el 5% y el 10% de los hombres sufrieron abusos sexuales durante la infancia”.
Me es difícil imaginar peor agravio del ser humano a su misma especie, como la violencia contra la niñez, particularmente la sexual. El daño físico y emocional genera reacciones que van desde el miedo, la vergüenza y la incertidumbre, hasta el rechazo de la propia existencia…
Muchos casos quedan en el silencio de los agraviados por temor a la incomprensión, la falta de capacidad de su entorno afectivo para procesar un hecho así de traumático o el miedo al agresor, pues en gran medida son perpetrados por familiares o conocidos de los menores… Y, lamentablemente, las víctimas no encuentran respaldo en aquellas instituciones que deberían apoyarlas y asistirlas.
Así, el juez federal Anuar González Hermadi, que amparó a Diego Cruz Alonso, nos hace ver lo lejos que todavía estamos para hacer verdaderamente efectivos los derechos de las víctimas. No soy abogada y no sé —ni me interesa— si la sentencia es o no una “obra de arte” de técnica jurídica. Los expertos ya se pronuncian al respecto…
Pero el sentido común me indica que algo anda mal en el aparato de justicia cuando un juzgador señala que no existe intención lasciva por parte del agresor en un hecho de abuso sexual. ¡Uf! Y así las víctimas son revictimizadas y por ello pocas mujeres se atreven a denunciar… Sin embargo, con la separación del juez para investigar su actuación, el Consejo de la Judicatura Federal puede sentar un magnífico precedente.
Detener la violencia sexual requiere estrategias de prevención multidisciplinarias; y una de las más importantes seguirá siendo acabar con la impunidad y que los culpables reciban castigo justo y la oportunidad de su reinserción, pero desde la cárcel para que no vuelvan a abusar de nadie…
Siempre lamentaré que nunca denuncié al hermano de mi abuelita. La lucha de Daphne Fernández es también la mía... En la medida que estos hechos cobren visibilidad, en esa misma evitaremos se extiendan y propiciaremos su mejor prevención. ¡Ah! Y sobre el juez de marras, me pregunto: ¿qué argumentaría si una de sus hijas sufriera algo semejante? Pero de corazón deseo que nunca pase por esto…
