Hay muchísima gente descontenta en este país. Y, la realidad de la violencia no se puede esconder debajo de la mesa, por más que nuestros gobernantes la quieran maquillar tramposamente: entre otras de las argucias que se sacan de la manga, a los mexicanos ya no los asesinan sino que nada más desaparecen (no temporalmente, miren ustedes, sino para siempre) y un cadáver con una bala incrustada en las costillas no necesariamente fue matado por un torvo criminal sino que el mentado “homicidio doloso” (vaya terminajos, los de la jerga legaloide) puede ser recalificado como otro tipo de fallecimiento —muy misterioso y nada explicable, hay que decirlo— para no figurar ya en las demoledoras cifras que tanto infaman a papá Gobierno.
El peligro se vive en carne propia, qué caray, y este mismo escribidor les puede contar de cuando fue asaltado en la capital de la República y hablarles también de personas cercanas flagrante e inocultablemente asesinadas, como un primo muy querido de su pareja a quien le descerrajaron dos balazos en Celaya, por no referir otros tantos homicidios —de lo más dolosos, podemos suponerlo— acaecidos en los círculos que suele frecuentar.
O sea, que a la muerte la tenemos ahí, delante de nosotros, acompañada de las otras plagas bíblicas que nos azotan —secuestro, extorsión, robo, tráfico de menores de edad y violación— por cortesía de unos politicastros (no sólo los de ahora, hay que decirlo, aunque la dejadez de los operadores del régimen de doña 4T es absolutamente escandalosa y no tiene precedente) desentendidos de evitar la pavorosa descomposición social de la nación mexicana y con una muy enredada visión de cuáles son las grandes prioridades en este país.
Primero los pobres, sentencia machaconamente el oficialismo al asestarnos su inflamada retórica y, justamente, son los pobres, y no los alcahuetes de la oligarquía como este gacetillero, quienes más sobrellevan las durezas de la violencia. Por si fuera poco, abarrotan las saturadas cárceles del territorio patrio, enjaulados a la brava en espera de que la anquilosada e indolente maquinaria de la justicia se ponga en marcha para determinar si son verdaderamente culpables o si fueron a dar ahí por simple mala estrella.
Salvajismo, pobreza, injusticia…
Millones de compatriotas no quieren que esto siga. Y, este 2 de junio, hablarán. Vaya que sí.