Política

Revolución: quítate tú para que me ponga yo

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La idea de confiscar los bienes de los ricos o el propósito de “repartir” la riqueza o el designio de estatizar la producción privada para que los bienes generados sean “propiedad del pueblo”, ¿surgen de una auténtica y legítima preocupación social —o sea, de un verdadero impulso justiciero— o resultan meramente de la envidia y el resentimiento?

Hay un elemento muy inquietante en la cruzada que emprenden los revolucionarios para instaurar la “dictadura del proletariado” o establecer el “socialismo bolivariano del siglo XXI” o imponer a la mismísima muerte como opción única al comunismo impuesto por la dinastía de los Castro en Cuba (es simplemente escandaloso, si lo piensas, que el poder sea hereditario —un asunto familiar, es decir— en un régimen que pretende amparar a los individuos más desvalidos siendo que la monarquía es precisamente el modelo de sociedad más excluyente y antidemocrático).

Ese componente es el ánimo destructivo de quienes acometen la tarea de reconvertir el sistema democrático y capitalista en una utopía terrenal sustentada en el igualitarismo a ultranza. La primera acusación que lanzan los exterminadores del orden anterior es que las instituciones y el propio entramado legal no sirven para otra cosa que apuntalar los privilegios de una clase de abusivos explotadores. Se esboza, para ilustrar debidamente la calaña de los encausados, la figura del rico malo: el empresario odioso y despótico, el magnate insolente e insensible (es un perfil muy parecido al del ugly American, el invasor imperialista).

A partir de ahí, de construir a un personaje detestable, se puede proceder al sistemático desmantelamiento de todo aquello que se pueda asociar a la existencia de tan aborrecibles sujetos. Y sí, en efecto, hay patrones viles y miserables, pero para eso están las leyes. Y precisamente por eso, para acotar los excesos del capitalismo, es que existen organismos reguladores y por eso mismo uno de los sacrosantos principios de la sociedad abierta es la preeminencia del Estado de derecho.

La opción de los revolucionarios no es reglamentar en una situación de normalidad. Su acicate es destruir. Al final, lo logran. Y, una vez logrado su propósito, se suben ellos a la cúspide. A ver si nos enteramos.

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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
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  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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