El mexicano acomplejado es, por ello mismo, descomunalmente susceptible. Dispuesto en permanencia a sentirse agraviado, se apresura a evidenciar ofensas, por aquí y por allá, para exigir luego las correspondientes reparaciones a sus desconsiderados agresores. Es también un quejicoso crónico, en su condición de víctima primigenia de la Conquista (la “invasión”, les ha dado por llamarla ahora los reclamantes de la 4T) y de infortunado vecino de la gran potencia mundial (“pobre México, tan lejos de Dios y tan…”, bla, bla, bla).
Muy en el papel nacional de afrentados, los actuales gerentes de la cosa pública han demandado que Felipe VI, Rey de España, nos pida perdón a los ciudadanos de Estados Unidos Mexicanos por las vejaciones contra los pueblos autóctonos perpetradas en estos pagos por Cortés y sus hordas ibéricas. Nuestros diplomáticos, curiosamente, han dejado pasar lo oportunidad de reclamarle a Donald Trump un parecido acto de contrición por haber consumado sus antepasados (bueno, no los suyos directos porque el sujeto es de estirpe alemana –se llamaban Drumpff antes de que uno de ellos cambiara el apellido en el s. XVII— y no había teutones, creo, en la tropa comandada por el general Winfield Scott en 1847) la ofensiva contra este país con la consecuente pérdida de la mitad del territorio patrio.
Se hubiese sulfurado grandemente The Donald ante tamaña exigencia –lo cual sin duda sopesaron nuestros reclamantes y por eso, muy seguramente, se abstuvieron de proceder con su requerimiento— pero, miren ustedes, ahí está Joe Biden, un individuo mucho más mesurado y decoroso a quien se le podrán lanzar destempladas interpelaciones sin pagar un precio demasiado alto ni afrontar la amenaza de una respuesta apocalíptica.
Pues justamente eso, lo de explotar los sentimientos nacionalistas, los rencores y el victimismo para obtener los consabidos rendimientos políticos, eso es lo que creo que va a comenzar a ocurrir ahora, señoras y señores, porque mañana mismo llegará a la presidencia de los Estados Unidos un personaje radicalmente diferente.
Con Trump no se podía. Metía miedo el hombre. Pero ahora, restaurada la normalidad de siempre, podremos ya jugar a que los yanquis abusivos nos maltraten. A ver cómo nos va…
