En la Edad Media, la superstición y la credulidad se alimentaban de la descomunal ignorancia de la gente. En nuestros tiempos contamos con mucha más información pero, paradójicamente, las patrañas difundidas en los medios o las redes sociales siempre terminan siendo validadas por algún grupo que las adopta, a su vez, como verdades absolutas. No sólo eso, sino que la pandilla de creyentes se aglutina a partir de esa certificación común y la aprovecha entonces para robustecerse en el ejercicio de un tribalismo fortalecedor.
Lo más curioso es que las engañifas coexisten con la información confiable. Las falsedades, encima, se promueven de manera combativa como si la realidad comprobable del mundo necesitara de un contrapeso obligado. La belicosidad de los promotores de las teorías conspiratorias resulta, justamente, de su machacona disposición a la denuncia y del paralelo rechazo a un “sistema” al que le niegan tajantemente cualquier posible monopolio de la verdad porque le atribuyen una condición de maligno manipulador.
Los depositarios probados de la mentira son quienes la propalan. Pero, miren, ellos mismos son los primerísimos en elevar sus voces para denunciar las presuntas confabulaciones del establishment y a ese activismo suyo le confieren una suprema virtud. ¿Cuál? La de la resistencia ciudadana: los embates del poder deben ser neutralizados por el individuo insumiso, el que no se deja engatusar, el que no se cree jamás las cifras publicadas y el que desconfía, por principio, de todas las evidencias. Es un sujeto que está realmente enterado de lo que pasa y bien consciente, por lo tanto, de que siempre hay algo detrás. La malicia otorga ventajas que los ingenuos no disfrutan.
Estamos hablando de una forma de candidez que, extrañamente, no es admitida como tal porque se sustenta en la sospecha y, en consecuencia, se puede consagrar en el altar de la suspicacia. La mera suposición de que las vacunas son una herramienta de dominio viene siendo tan esperpéntica como la creencia de que la epidemia del SARS-CoV-2 es un invento, digamos, de las corporaciones farmacéuticas. Pero la supuesta astucia del receloso servirá, en ambos casos, para justificar tamaña mentecatez.
La modernidad sigue teniendo espacios muy oscuros.
Román Revueltas Retes