El gobernador de Puebla soltó, en su momento, una de las más insolentes y ofensivas declaraciones que hayamos podido escuchar en labios de un responsable político. Farfulló, en ese lenguaje torpe y trabajosamente articulado que acostumbra el hombre, que el nuevo coronavirus no afecta a los pobres —una clase social de la que él pretende formar parte, miren ustedes— sino que es una dolencia que padecen mayormente los de arriba, la gente de los estratos elevados.
Tamaño disparate, un desaforado desafío a la ciencia —por no hablar de tan indecorosa y descomunal exhibición de ignorancia personal— ha resultado ser totalmente falso, como era de esperarse, pero ocurre además que los grupos más vulnerables en este país no son los de arriba sino, por el contrario, la gente de las clases populares, justamente aquella que no puede permitirse la mentada distancia social ni tomar medidas de aislamiento por la imperiosa necesidad de salir a ganarse en la calle el pan de cada día.
Y, otra cosa: la mala alimentación, la espera de semanas o meses enteros para obtener la atención médica requerida en los servicios de sanidad que provee el Estado, las durezas de la cotidianidad laboral, el hacinamiento en el miserable transporte público que tenemos en nuestras ciudades, la falta de tiempo libre y las dobles jornadas de trabajo para completar un mínimo ingreso no son realidades que sobrelleven los ricos. Son más bien las fatales circunstancias que dibujan el oprimente y desesperanzador escenario de la pobreza. Y, desde luego, factores que operan en directísimo detrimento de la salud de los mexicanos más desfavorecidos.
Han pasado ya algunos meses desde que la epidemia fuera un tema secundario para algunos de los más eximios representantes del régimen de la 4T y del nuevo partido oficial. Las cosas, en estos momentos, han alcanzado una dimensión que ya no se puede minimizar porque hay miles de contagiados y miles de muertos a lo largo y ancho de este país. Y, con perdón, los ricos siguen estando ahí, tan posiblemente indefensos ante el virus como cualquier otro individuo de la especie humana, pero sin figurar mayoritariamente en el parte de bajas.
Esta no es una peste con destinatarios arteramente señalados por un politicastro. Es una tragedia nacional.