Las reglas del juego han cambiado. La oposición, sin embargo, no parece haberse dado cuenta. Tampoco los priistas salieron de su cómodo letargo cuando se apareció Vicente Fox en el horizonte. Creyeron que podían seguir operando como siempre, aplicando las recetas de los viejos tiempos y cosechando los frutos de ser lo que habían sido durante las siete décadas de su reinado, más allá de su camaleónica capacidad para transformarse (por paradójico que parezca este talento cuando constatas que nunca dejaron de aferrarse a los usos y costumbres —las políticas clientelares, el corporativismo, el acarreo de masas y el culto a la personalidad— que les habían facilitado el control de los votantes).
Entendieron tan poco la nueva realidad que la primera reacción de muchos de ellos fue culpar a Ernesto Zedillo de haber “entregado el poder” –resultó un traidor en los hechos el hombre o, en el mejor de los casos, un mal priista— como si la transición hacia la democracia de todo un país no fuera un proceso trascendente en sí mismo, aparte de necesarísimo para la vida pública de la nación.
Dos sexenios duró la travesía del desierto que emprendió el antiguo partido oficial pero los ciudadanos de Estados Unidos Mexicanos se dejaron engatusar de nuevo con el canto de las sirenas tricolores y eligieron a Enrique Peña en 2012. Ya sabemos cómo terminó este cuento de hadas y lo menos que podemos decir es que le pusieron la mesa a AMLO, a punta de frivolidades y escandalosas corruptelas, para que llegara por fin a la Presidencia de la República.
Pero el tema, hoy mismo, no es solamente el PRI sino la oposición en su conjunto: Fox, en su momento, comenzó a ocupar espacios de manera muy enjundiosa y decidida. Se volvió muy pronto un auténtico fenómeno mediático. Pues bien, no vemos a nadie, en el escenario de quienes pretenden plantarle cara a Obrador, que tenga los tamaños. El único que pareció sobresalir al ponerse algo peleón fue Enrique Alfaro, el de Jalisco, pero no sabemos, a estas alturas, qué tan acotadas estén sus facultades de opositor al ser, al mismo tiempo, el mandatario de una entidad sometida a los designios de un gobierno central que puede cerrarle, en un instante, la llave de los recursos públicos.
Y el tiempo pasa…
Román Revueltas Retes