Apropósito de que una ciudad o una nación puedan “derechizarse”, la propia palabra “derecha” sigue siendo un tanto infamante cuando se trata dedibujar el retrato de las cofradías de la política.
En cualquier país puede medrar sin ningún problema una tal «Izquierda Unida» o una parecida «Nueva Izquierda» pero los partidos de derechas necesitan siempre disfrazar sus actas bautismales. En estos momentos no le viene, a la mente de quien garrapatea el artículo, el nombre de alguna agrupación en el que figure con todas sus letras el terminajo “derecha”. Tampoco alardeamos, los liberales, de que corra por nuestras venas algún posible “derechismo” sino que nos calificamos, en todo caso y ya en plan declaradamente desafiante, de “neoliberales”.
Lo de la derecha sería un tema de gorilas (o sea, milicos) suramericanos golpistas financiados por los Estados Unidos –por quién más pudiere ser, oigan, si no por el satánico imperio yanqui— dedicados de tiempo completo a la represión del pueblo, a la sucia tarea de eliminar a los opositores y a la tortura de los activistas. Todo esto, encima, para servir los intereses del gran capital y de una casta de privilegiados.
Mucha gente ya no sabe casi de aquello pero, justamente, en la Argentina, en Uruguay y en Chile, por no hablar que de tres países latinoamericanos, gobernaron regímenes castrenses, pues sí, de derechas.
Más recientemente, la consagración del mentado Consenso de Washington como el único modelo de sociedad y la paralela instauración de políticas públicas muy lesivas para los grupos sociales más desfavorecidos le ha dado a la derecha un rostro tal vez menos oprobioso pero igualmente repudiable, justamente, para los sectores afectados por la implementación de las doctrinas anti Estado.
Ahora bien, más allá del descontento de los pueblos, del rechazo a la impiedad del capitalismo a ultranza y del consecuente advenimiento del populismo como una alternativa, el hecho de que muchos ciudadanos estén cuestionando, aquí y ahora, los desempeños de un régimen como el de la 4T, no supone que se hayan “derechizado” sino meramente que responden, en su condición de individuos dueños de una conciencia, a la realidad de un país que se ha quedado sin servicios de salud, sin medicamentos y sin amparo ante los asesinos, por no hablar de la galopante corrupción de la casta gobernante y de la mentira como recurso del oficialismo para tildar, a sus críticos, de “conservadores, paleros, fifis y aspiracionistas”. O, bueno, de “derechistas”.