La figura de Pelé, un hombre tan sabedor de su grandeza futbolística como alejado de la grosera altanería de los pretendientes a ocupar el trono que ningún humano le ha podido disputar hasta ahora, nos remite, justamente, a personajes como Diego Armando Maradona y, en tiempos más recientes, a un Messi o a un Cristiano Ronaldo.
Las comparaciones son odiosas, ya lo sabemos, pero entre el perfil de un brasileño ejemplar, embajador de la Organización de las Naciones Unidas y de la UNICEF, y la personalidad del antedicho Maradona me quedo, si ustedes me permiten, con el ganador de tres Mundiales y anotador de más de mil goles, por no hablar de la deslumbrante brillantez de un jugador que poseía una técnica que no era de este mundo.
A Edson Arantes do Nascimento lo molieron a patadas los centrales de los equipos contrarios con el propósito, ni siquiera disfrazado, de lesionarlo para nulificar su avasallador poder ofensivo. Pues, nunca vimos que Pelé se solazara en el victimismo ni que invocara teorías de la conspiración en las que unos siniestros enemigos de la nación brasileña se confabularan con los oscuros designios de impedirle obtener los codiciados títulos mundiales.
Tampoco lo vimos glorificar a los personajes más viles del escenario político ni adherirse, justamente a partir del trasnochado revanchismo de los latinoamericanos quejicas, a la nefaria ideología del izquierdismo cavernario.
Pelé fue un hombre reconciliado con el sistema y, en su condición de astro supremo del balompié, un inigualable promotor de ese gran deporte en el territorio del planeta donde no ha alcanzado todavía la popularidad que tiene en las demás naciones, a saber, los Estados Unidos de América. Fue siempre un incansable activista de lo que en ningún momento dejó de ser otra cosa que su devoradora pasión, o sea, el futbol.
Un grande de verdad, es decir, no un sujeto pagado de sí mismo exigiendo en permanencia reconocimientos como si el universo entero estuviera en deuda con él. No es poco decir, a vista de tantos y tantos otros vanidosos. ¡Descanse en paz !
Román Revueltas Retes
