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¡Eh, puto! No, ya no. Ahora será: ¡Eh, pendejo!

En lo que toca al famoso grito que lanzan los seguidores de la Suprema Selección de Patabola de Estados Unidos Mexicanos (SUSEPAEUM, o como ustedes quieran y gusten armar el correspondiente acrónimo), he intercambiado puntos de vista y opiniones con conocidos míos de incuestionable cepa liberal –o sea, que simpatizan con las causas de las minorías y, algunos de ellos, declarados homosexuales– y hemos llegado, mayoritariamente, a la conclusión de que no es un bramido homofóbico de necesidad sino una simple forma de pendejear a los guardametas de los equipos que se enfrentan a los viriles mocetones de nuestro Tri.

Algo muy de nosotros, vamos. Una expresión de nuestra rústica mexicanidad. Un auténtico rasgo cultural. Un gesto que nos define de pies a cabeza. Un ejercicio que ejecutamos en todo momento y cuyos destinatarios pueden ser el compadre, el amigo de toda la vida, el compañero de la oficina, el cuñado, el hermano o hasta el hijo mayor cuando vemos que se afloja en los momentos de rudas exigencias.

O sea, que la equivalencia del grito con una postura discriminatoria no sería enteramente categórica ni mucho menos. Es, eso sí, es una muestra de desaforado ninguneo pero, qué caray, uno no supondría que los individuos de nuestra especie somos tan tremendamente frágiles como para no poder sobrellevar burlas, escarnios e insolencias.

Algunos –acomplejados, inseguros y resentidos– enarbolarán a las primeras de cambio el estandarte de víctimas y se sumarán a las filas de esa gente que se ofende de todo y ante la cual, por su disposición a inmiscuirse hasta en los más recónditos espacios de la libertad para censurar y prohibir, debemos guardar obligadamente las formas. A otros, les dará lo mismo y, en una actitud alegre y despreocupada, enfilarán sus baterías a causas más urgentes y a temas de verdadera trascendencia.

El asunto es que estamos entrando en una era en la que mandan cada vez más los nuevos inquisidores, alentados, en su afán de proscribir nuestras incivilizadas costumbres de siempre, por el propósito de que ya nadie se sienta ofendido, nunca jamás, como si decirle puto –o pinche pendejo— a un tipo, no fuera una jubilosa tosquedad sino un delito.

En fin, nos han ordenado, en los estadios, que nos comportemos bien. Pero, la vida hay que disfrutarla, oigan. Yo propongo, para evitar las sanciones que se nos vienen encima, que vociferemos “pendejo” en vez del “puto” que tanto ofende. ¿Se nos permitirá? ¿O, tampoco?

Román Revueltas Retes


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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
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  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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