Cultura

Una historia de dictadores y periodistas

Adolfo Hitler dijo en 1944: “Alemania jamás se hundirá”. El 30 de abril del año siguiente el Führer se suicidó y el III Reich que duraría mil años quedó convertido en cenizas.

En un discurso del 8 de junio de 1923, en Roma, el dictador Benito Mussolini dijo: “Mi ambición, señores, es una sola y no me importa trabajar catorce o dieciséis horas al día para conseguirla y aun daría con gusto mi vida. Mi ambición es ésta: hacer fuerte, próspero, grande y libre al pueblo italiano”. Il Duce y su amante, Clara Petacci, fueron fusilados y sus cuerpos colgados boca abajo en 1945; sus cadáveres fueron vejados por una muchedumbre furiosa.

En los turbulentos primeros meses de la revolución cubana, Fidel Castro, al ver los miles de ciudadanos que escapaban del régimen de terror que imponía por toda la isla, afirmó algo parecido después de equiparar a los que huían con las ratas que saltan de una nave en desgracia: “Este barco nunca se hundirá”. La cita proviene de Mea Cuba, el libro de crónicas políticas de uno de los mayores escritores de la lengua española, Guillermo Cabrera Infante.

“¿Qué hace un hombre como yo en un libro como éste?”, se pregunta el autor de obras magistrales como Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto. “Nadie me considera un autor político ni yo me considero un político. Pero ocurre que hay ocasiones en que la política se convierte intensamente en una actividad ética. O al menos en motivo de una visión ética del mundo, motor moral”, escribía Cabrera Infante en las primeras páginas de este libro entrañable y doloroso.

Durante más de cuarenta años, hasta su muerte en 2005, la dictadura de Fidel Castro, su infamia cotidiana, fueron la obsesión de Cabrera Infante, quien no vivió para ver el final de un sistema totalitario que rebasa ya el medio siglo y que aún hoy, completamente esclerosado, calumnia y trata como delincuentes comunes a los que se atreven a exigir libertad y hasta a morir por ello.

Entre los periodistas que simpatizaban entonces con la revolución cubana estaba el también fallecido Tomás Eloy Martínez. El también novelista argentino entrevistó a Cabrera Infante, que había sido fugazmente director del Consejo Nacional de Cultura, funcionario del Instituto de Cine y editor del semanario cultural Lunes de Revolución antes de dejar Cuba definitivamente en octubre de 1965. La entrevista —que Cabrera Infante respondió por escrito con largueza y prolijidad— fue publicada en 1968 en el semanario argentino Primera Plana, del que Eloy Martínez fue jefe de redacción de 1962 a 1969.

Antes el periodista había enviado a La Habana las pruebas de imprenta —no se sabe si a petición de los cubanos o por motivación propia—, como también se las había hecho llegar a Londres al mismo Cabrera Infante, ya exiliado en aquella ciudad. En esas pruebas habían desaparecido las puntuales menciones a las arbitrariedades y cada vez más frecuentes actos de represión de la joven revolución —por ejemplo, contra Heberto Padilla y su “contrarrevolucionario” poema Fuera del juego, por lo que fue obligado a retractarse públicamente—, algo que en un tono afable y elegante Cabrera Infante le reprocharía a Eloy Martínez en una sentida carta: “Tú no sabes, Tomás, lo que es vivir en un país sin constitución, sin derechos individuales, donde el enorme aparato represivo (mis estadísticas, también suprimidas, no están, créeme, inventadas) está al servicio no de una idea o de un régimen, sino de la biología de UN SOLO individuo”. “Esto es”, le escribía el cubano, “mientras más lo pienso, una monstruosidad histórica”.

Las preguntas que Tomás Eloy Martínez le hizo a Guillermo Cabrera Infante son:

¿Por qué está fuera de Cuba?

¿Cómo trabaja fuera de su país?

¿Por qué eligió Londres?, y

¿En qué condiciones volvería?

Vale la pena volver a leer sus extensas y documentadas respuestas en Mea Cuba, publicado por Plaza y Janés en 1992.

Por supuesto, los libros de Cabrera Infante fueron prohibidos en la asfixiante Cuba socialista. Cuando en 1964 a la bibliotecaria de la Casa de las Américas, Olga Andreu, se le ocurrió poner en una lista de recomendaciones la reciente novela de Cabrera Infante, Tres tristes tigres, fue despedida de manera tan humillante que al poco tiempo Andreu se suicidó. Desde entonces, en ninguna biblioteca de la isla entera se encontraría ningún libro de autores cubanos disidentes y en el exilio, como Reynaldo Arenas, Severo Sarduy y tantos más...

En tanto, la avejentada nomenklatura cubana se aferra al poder, como lo hacen desesperadamente sus compinches venezolanos y nicaragüenses. Esos barcos se hunden muy lentamente, por desgracia. 


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Rogelio Villarreal
  • Rogelio Villarreal
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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