Allá en la prehistoria más remota, cuando la tierra aún no se enfriaba del todo y los astrolopitecus feisbuquerensis aún no se decidían entre enterrar a sus muertos o comérselos, los niños disfrutábamos de un juego banquetero callejero carente de pantalla, controles digitales y cualquier tipo de virtualidad.
El juego consistía, hasta donde el polvo de la memoria ya instalado en las profundidades del olvido lo permite, en dibujar con una tiza un círculo, el cual era dividido en triángulos, como los pasteles o las pizzas, de acuerdo al número de participantes.
A cada participante se le asignaba el nombre de un país, en aquellos lejanos días sería el de una tribu o conglomerado, y éste se escribía con la tiza en una rebanada del círculo. Los jugadores se ubicaban pisando con uno de sus pies la parte del círculo correspondiente al nombre del país al cual representaban y con el otro se disponían a correr, alejándose a toda velocidad del círculo.
Un jugador, cuyo mecanismo de asignación se pierde en las brumas de la vejez, iniciaba el juego, disponiéndose él mismo también a correr, diciendo y alargando las palabras: declaroooo, la guerraaaaa, en contraaaaa deeeeeee… y al final gritaba el nombre del país al que declaraba la guerra.
El jugador cuyo nombre fue bélicamente pronunciado, se apresuraba, brincaba al centro del círculo y gritaba ¡stop! Cabe señalar que todos los niños de esa época hablaban un perfecto inglés, el cual les permitía comprender sin titubeos, el sentido de la palabra.
Al escuchar el anglicismo, todos los demás, quienes habían emprendido una veloz carrera tratando de alejarse lo más que podían del círculo, se veían obligados a detenerse y esperar que el país al que se le había declarado la guerra, los alcanzara dando no más de tres enormes zancadas. Por eso la necesidad de quedar lo más alejado del círculo.
Quién sabe qué le pasaba al país alcanzado, pero el juego podía durar horas y, aunque no parezca, los nativos de esas épocas nos divertíamos mucho declarando la guerra, corriendo, gritando stop y brincando. Era todo. Obviamente el nombre del juego era: stop.
Tal vez, en uno de sus múltiples recorridos por Wikipedia, el gobernador del Estado de Jalisco descubrió este juego muy popular en el paleolítico techotardío, y decidió declararle la guerra al gobierno de Egipto. A su modo.
Se desabotonó el único botón que sujeta su camisa, se despeinó poquito, hizo voz de macho tapatío y gritó:
Declarooo la guerraaaa, en contraaaa de…