Cuando oigo ladrar a los perros me acuerdo de Philip K. Dick y del libro ‘Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas’, y a veces también de Blade Runner y la cara asímétrica de Ryan Gosling.
En el libro existe un aparato que se coloca en las habitaciones para incitar a las emociones y sentimientos, como si estuviera enchufado al sistema nervioso por WiFi. Tengo una Alexa y no puedo quejarme en cómo prende y apaga la luz, pero me gustaría que se supiera más de un chiste y que compactara mis horas mensuales de hastío.
En las dos obras existe un cuestionario, el test Voight-Kampff, que sirve para deducir si la persona es humana o androide y tiene que ver con la presencia o inexistencia de la empatía.
La mayor parte de los ‘triggers’ van en relación a estímulos ante el maltrato animal, con impulsos físicos que se generan al pensar en escenas de avispas muertas o ropa fabricada con pieles animales.
Twitter es un Voight-Kampff inverso, los usuarios lanzan provocaciones, no para encontrar la humanidad sino para exhibirla en atrocidades.
Como aquel perro lanzado en un cazo, o el otro perro que lanzaron por una azotea, o el que colgaron en un árbol para darle de palos y cómo olvidar al que patean para que salga de un campo de futbol profesional.
Donde crecí había un rumor que el equipo juvenil de futbol americano de un club privado le daba alka-seltzer a los gatos para que explotaran dentro de cubetas y cada vez que conozco a uno pienso en si era verdad o no.
Todo mal, pero en qué momento el maltrato animal superó en importancia a la violencia impuesta a los humanos y cómo es que estos actos regurgitan una ira interna para reemplazarla por una sed de venganza descerebrada hacia el otro.
Hay dos opuestos tan extremos que al mínimo doblez se tocan y se convierten en uno.
En el mismo espectro existen los mercenarios, quienes usan nuestros vacíos digitales para engordar el algoritmo, como quien salva un perro para crear contenido, pero lo deja a su suerte en cuanto la pantalla se pone negra.
Yo no tengo preferencia, me provocan amor tanto los perros con cejas como los bebés bonitos, pero me aterran los dragones Komodo.
Por las películas y series asumimos que las especies tienen personalidades o virtudes como las tienen los humanos y cada noche cuando Alexa no funciona me entra la pesadilla de que soy devorado lentamente por un reptil.
En el mundo de Philip K. Dick los animales de origen biológico están extintos, por ello es que frases como “El primer plato es un perro cocido”, tienen la intención de hallar rasgos de humanidad.
En este lado me parece más robotizado el fervor animal.
Mientras tanto Alexa aprendió otro chiste: Entra un rapero centennial, un viejo ranchero y un panista a una cantina… pero nadie dice nada.
Twitter.