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Agente internacional de caos

  • Tren Misterioso
  • Agente internacional de caos
  • Roberto Carson

Aunque suene a estrofa de cualquier himno, “La primavera era para él un taimado enemigo”, es una frase que usa James Ellroy en la introducción de su psicópata en ‘A Causa de la Noche’, pero a mí me remite a esta temporada del año en que sólo pienso en el peligro que anhelamos provocar.

El calor es un agente internacional de caos, es secuestrador, un torturador y cruel detonador de los peores instintos, y siempre encontramos a quien pague por ello.

También me acuerdo de Aleks Syntek hablando de los impulsos primitivos que existen en los ritmos de lo que él llama “las zonas erógenas”, pero diría que es el intro de ‘Songs for the deaf’ de Queens of the Stone Age y son el catalizador para el fastidio.

Apostaría que las más furiosas percusiones se compusieron bajo hórridas condiciones, pero es sólo una idea que puedo lanzar al fuego.

Sin embargo, en los entornos más deprimentes se ha creado la música que más se incrusta en la piel cuando escuchas por primera vez, así como el ganado es marcado.

También por eso existen dos corrientes filosóficas: ¿”Art fag” o black flag? La dicotomía de bailar feliz o danzar emputado. Dos ritmos que nadan en percusiones profundamente erógenas y eternas.

Bajo la lógica del señor Syntek, entre más crecemos más se nos antoja escuchar música clásica o aquella que calienta nuestras zonas intelectuales, y tal vez no exista mayor falacia que aquella que recae en el clasismo para probarse ciertas.

Todas las generaciones mantienen una ferviente idea apocalíptica y ahora sin la fallida profecía maya o el Y2K nos queda pensar que la guerra por el agua, la que es provocada en terrenos ardientes, será la siguiente.

Con el calor respirando sobre nuestras nucas se arruinan las mejores conciencias y las peores costumbres se van armando hasta un génesis bélico. Una prueba es la recurrente guerra en territorio sirio, donde según estudios de universidades gringas, el cambio climático y la sequía aparecen como factores clave en sus enfrentamientos. Y los que no tienen calor, son nazis.

“Estoy cerca de tener un colapso nervioso”, ladra Keith Morris y que cualquier persona sin agua y que habite ecosistemas de más de 40 °C diría. Así que entre más calor exista, menos escucharemos a Beethoven y más nos entregaremos a Black Flag, al menos para evitar la guerra con el otro. 

Pero aún en las ruinas siempre hay algo por el cual levantar la mano, como las películas de Jim Jarmusch, Wendy Guevara y el café caliente. 

Sobre todo la cafeína, el catalizador de la furia y elixir para quienes no tenemos una banda hardcore de los noventa, aquella generación hipercafeínada que plasmaron himnos de odio y angustia juvenil, que hoy son himnos y angustia no juvenil. 

“Yo el peor de todos”, me repito en mantra como aquella canción de Zeta antes de caminar bajo el cielo quemado de Siria, Nuevo León para continuar la guerra conmigo mismo.

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