Política

Testamento Político

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Me voy a tomar en serio lo dicho por el Presidente acerca de su testamento político. Porque, más allá de lo que literalmente afirmó, me parece que hay mucho que decir sobre las circunstancias y el trasfondo de tal declaración. Que no haya mencionado la Constitución significa, en primer lugar, que él no se refiere al proceso jurídico-legal que establece muy claramente quién, en caso de su ausencia definitiva, debería sustituirlo. López Obrador quiere más bien dejar una “herencia política” a alguien o a algún grupo. Pero podría ser que también esté pensando en dejársela a todos los mexicanos, como una especie de recomendación general o enseñanza postrera para el pueblo (que él tanto amó y que tanto lo amó a él).  

Lo primero que esto denota es, obviamente, rasgos de megalomanía. El Presidente se asume como un personaje equivalente a Hidalgo, a Juárez, a Madero o a Lázaro Cárdenas. Su idea de la “cuarta transformación” expresa precisamente ese ideal, en el cual él es el personaje principal de la misma. Se imagina a los escolares del futuro recitando sus recomendaciones o a los académicos de las siguientes generaciones discutiendo sobre su enorme legado. Obviamente, esto significa que lo heredado debería ser digno de consideración. No creo, ni pienso que él lo crea, sinceramente, que la refinería de Dos Bocas, el aeropuerto Felipe Ángeles o el Tren Maya, constituyen obras suficientes para hablar de un legado histórico. Y como no hay productos tangibles de avances enormes en la economía o en la eliminación de la desigualdad o la corrupción, me parece que el Presidente cree cada vez más, que su legado es sobre todo político.

En sus discursos recientes, ya no habla de la transformación del país, sino de estar sentando las bases de la transformación. Se da cuenta entonces, que quizá su mayor logro es, cuando mucho, haber sacudido al sistema político. Pero los actores de siempre (con sus corruptelas, abusos y vicios) siguen allí. Muchos de ellos en su propio partido. Así que, como se percata que no ha podido hacer gran cosa, desearía dejar a sus sucesores la tarea que él empezó. Así que, en el fondo, la herencia política no es más que un proyecto, hasta ahora poco exitoso, que él quisiera fuera seguido por quienes lo suceden. Eso supone dos cosas, difíciles de garantizar: 1) Que el candidato o candidata de su preferencia será quien gobierne al país, lo cual es contar con los electores de hace seis años; 2) Que quien lo suceda va a seguir el mismo camino que el trazó. Nada de eso está asegurado hoy. Y el Presidente lo sabe, pero evidentemente se siente cada vez más débil e impotente, no solo por las enfermedades que acarrea (y que no son cualquier cosa), más las dos infecciones de covid que contrajo, sino por su incapacidad para construir el mundo que él se imaginó. Y entonces vuelve a su mundo ideal, a su mundo imaginario, donde él es el gran estadista, con una gran obra precursora, que las generaciones del futuro apreciarán muchos años después de su muerte. Y seguramente ve ese futuro, lleno de estatuas y monumentos con su nombre, glorificándolo, en un México igualitario y próspero, sin corrupción ni violencia.

Roberto Blancarte

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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