Una de las mayores interrogantes en el mundo político es: ¿por qué mucha gente sigue a líderes, a pesar de que evidentemente son desastrosos en su desempeño? ¿Por qué, a pesar de que su situación no mejora y en muchos casos empeora sensiblemente, la gente continúa apoyando al líder? Los ejemplos históricos son múltiples. El de Cuba me parece el más evidente, en nuestras latitudes, pero no es el único. Una revolución que terminó por comerse a sí misma, eliminando libertades y haciendo padecer miseria al pueblo durante seis décadas. Y todavía hay quien la defiende y la propone como un ejemplo a seguir. Cada experiencia de este tipo tiene sus particularidades, pero hay denominadores comunes. El primero, me parece, es que la gente quiere creer en un futuro mejor y siempre está dispuesta a depositar su confianza en aquellos que le dan esperanza. Y abandonan rápidamente las certezas racionales a cambio de un proyecto, por más etéreo que este sea. “Make America Great Again” es un muy buen ejemplo de ello. No tiene ningún contenido real, pero hizo que los americanos, en un arrebato nacionalista o imperialista, depositara su fe en uno de los personajes más oscuros que han ocupado la Casa Blanca. Y muchos, millones, siguen apoyándolo y creyendo todo lo que dice. La realidad y la razón prácticamente no importan. Lo que cuenta es lo que ese candidato les hizo sentir; entre otras cosas que ellos habían puesto en la Presidencia al hombre que los defendería del establishment, de la corrupción del sistema y del abuso de los poderosos de cualquier partido. Alrededor de 70 millones volvieron a votar por él.
En nuestro país las cosas no son distintas. El desastre es evidente, pero la gente sigue creyendo que el futuro será mejor. Y no me refiero a los miles que se han aprovechado del supuesto cambio para medrar o simple y sencillamente disfrutar del presupuesto público. Hablo de los muchos millones que tienen nada o tienen tan poco que no alcanzan a notar la diferencia en sus vidas. Ni les preocupa la democracia o el autoritarismo porque la primera nunca les sirvió para algo y el segundo lo viven como algo natural en su vida cotidiana. El crecimiento económico no lo entienden porque no sienten haberlo disfrutado, la corrupción les parece algo intrínseco, la inseguridad y la violencia, de tanta que hay, está completamente interiorizada. Lo que ven y oyen, si caso, es a un personaje que dice ser como ellos, aunque los inunde, que les cuenta como está todo bajo control, aunque su realidad cotidiana sea otra y a su alrededor muchos estén muriendo. Pero siguen creyendo en él porque les promete un mundo mejor, aunque inexistente. No es casualidad que nuestra religiosidad popular se conecte con el culto a la personalidad y que AMLO la alimente y se alimente de ella. El pueblo quiere creer y adora a quien le ofrece la posibilidad de un cambio, así sea completamente irreal. El pueblo se acoge a quien cree que lo va a proteger. No es extraño, por lo tanto, que la gente termine premiando el desastre. Se necesita mucho para quitarle esa veneración. Se necesita ofrecerle otra creencia, otra esperanza, no destruir la que tiene.