La política puede perder su sentido muy fácilmente. Sobre todo, la política partidista y, por consecuencia, la política parlamentaria. No es un problema exclusivo de México. Pero en nuestro país se ha agudizado por la lógica polarizante que divide al país en dos bandos. Si se define a una nación como un ente partido en dos, la consecuencia es una lucha que no permite matices ni posturas intermedias. Los adjetivos se vuelven inacabables. Pero, sobre todo, las diferencias ideológicas (y de política), se borran en favor de un partidismo que solo premia la fidelidad: si estás conmigo te premio y si no, te castigo. Está claro que el gobierno de la autollamada 4T, siguiendo las reglas básicas del populismo, es lo que pretendió y hasta cierto punto logró hacer. Es probablemente el único de sus logros: dividir al país en dos. Ellos pensaron que podían imponer la idea de que existe una mayoría, dirigida por ellos, versus una élite que se oponía a los cambios. El resultado de las elecciones intermedias les mostró que no es así; que “el pueblo” no está totalmente con ellos, sino que hay partes de ese conglomerado en desacuerdo con sus gobernantes. La historia de los fifís contra los chairos se acabó el 6 de junio pasado; aunque algunos se nieguen a aceptarlo.
Ahora bien, el tema me surgió a raíz de la reciente aprobación por el Congreso estatal de Sinaloa del llamado “matrimonio igualitario”, es decir aquel que considera también al efectuado entre personas del mismo sexo. La historia reciente la han narrado varios medios. Ya dicho Congreso, con mayoría de Morena, había tratado el tema, en junio de 2019. Pocas semanas antes, mi paisano Diego Valadés y un servidor dimos sendas conferencias en ese Congreso, apoyando dicha figura jurídica, con argumentos constitucionales (las resoluciones de la SCJN), políticos (laicidad del Estado), de derechos humanos (igualdad de todos ante la ley y no discriminación) y sociales (estado de derechos, tolerancia, respeto a la diversidad). Poco valieron nuestros argumentos. Los diputados rechazaron en esa ocasión la iniciativa. Tuvo que mediar un amparo y la movilización de muchas organizaciones para que al final, obligados, los diputados decidieran aprobarla. Algunos, como me consta, muy en contra de su voluntad, pero obligados por la justicia. El asunto da para mucha más reflexión. Pero en lo que me quiero detener ahora es en la decisión de los diputados del PRI y del PAN que decidieron no apoyar la actual iniciativa, sabiendo que finalmente la votarían favorablemente los de Morena. Del PAN no me extraña, pero del PRI, aquel viejo partido que encabezó en los años setenta la lucha por los derechos de las mujeres, la planificación familiar y por el aborto con sus limitaciones, me sigue llamando la atención, aunque ya algo de eso vimos con las iniciativas en favor del famoso “derecho a la vida”. ¿De veras se volvieron de derecha? ¿Se van a oponer a las iniciativas de los morenistas, solo por oponerse? ¿Estamos en ese punto en el que la oposición va a comprar el boleto de la división absoluta, sin compromisos por las buenas causas? Sería actuar como ellos y darle el triunfo a la lógica populista.