Política

La vacuna y el privilegio

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Saltarse la fila, o saltarse la cola, como se dice comúnmente, es una de las formas más comunes de incivilidad. Sucede en todos los países, en unos más que en otros. Suele ocurrir cuando una persona se cree más astuta o más valiosa que los demás. Hay incluso sistemas formales para hacerlo. Por ejemplo, cuando las compañías aéreas dan trato privilegiado a sus mejores clientes, o en el cine, cuando una tarjeta le permite pasar por delante de todos los demás que acuden a una sala, o cuando algunos bancos establecen ventanillas especiales para clientes preferentes. Se trata de privilegios que algunas empresas otorgan para favorecer a sus mejores clientes y sucede incluso en las sociedades más igualitarias. Aunque ello es permitido en el ámbito privado, en ocasiones se extiende incluso al ámbito público, por ejemplo, en el caso de las monarquías que todavía distinguen entre una nobleza y la gente común. La mentalidad del privilegio penetra sin embargo con más facilidad en las sociedades más desiguales. Allí está enraizada la idea de que no todos somos iguales y que algunos se merecen más que otros, por nacimiento o por posición.

El asunto no es tan grave si de lo que se trata es de entrar antes a un avión o a un antro, pero se vuelve más complejo cuando la decisión puede significar la diferencia entre la salud o padecer una enfermedad grave, e incluso morir. El tema de las prioridades en la atención de los enfermos de covid-19, de quién tiene prelación en el uso de un respirador o de oxígeno, o de la administración de las vacunas, está en el centro de esta discusión y termina refiriéndose al tipo de sociedad que hemos construido a lo largo de siglos.

La pregunta es: ¿quién o quiénes deben ser vacunados primero y cuál debe ser el orden a seguir. Lo lógico es que los primeros vacunados sean quienes están en la línea de combate a la enfermedad y corren el mayor riesgo de contagiarse. Pero después de eso vienen todos los que, por alguna razón, se creen merecedores de la protección prioritaria. Muchos jefes de Estado se han vacunado públicamente “para dar el ejemplo”. Se entiende, por razones de seguridad, si se trata del Presidente de la República. Pero luego esa lógica puede distorsionarse: ¿se deben incluir los secretarios, los gobernadores, los presidentes municipales, los regidores? Luego hay grupos que reclaman la vacuna por estar cerca de la población, como los ministros de culto (cientos de miles en México) y tenemos el sonado caso de los así llamados “servidores de la nación”. Muchos de ellos, reforzando en el fondo la cultura del privilegio, la idea de que sus personas son más importantes que otras. Me inclino por ello por la simple idea de que, una vez cubierto el personal de salud que atiende los casos de covid-19, se proceda con los grupos más vulnerables (personas con discapacidad, por ejemplo) y luego se efectúe una vacunación por edades, desde los mayores hasta los menores que puedan recibirla. No es perfecto, porque puede haber grupos que requerirían también atención prioritaria, pero por lo menos, en este caos, algún orden se puede establecer. Claro, primero tiene que haber vacunas y un sistema para ponerlas.

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Roberto Blancarte
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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