Es claro que, en una sociedad como la nuestra, tan pobre y sobre todo tan desigual, la austeridad debería ser un principio rector para la actuación de todos; no solo del gobierno, sino también de los particulares. La razón principal va más allá de nuestras fronteras; nos estamos acabando los recursos del planeta. Por lo tanto, hay que usar lo necesario para nuestra subsistencia y tratar de preservar el medio ambiente y el equilibrio ecológico. La austeridad no significa no gastar. Es más bien no gastar en cosas superfluas.
El problema es que lo que se considera indispensable o simplemente necesario, es distinto para cada quien. Y, además, en el plano de la política nacional, el principio de austeridad se convirtió en un instrumento para condenar a los adversarios, más que para racionalizar los recursos escasos que toda economía maneja. En suma, que cada quien desea que la austeridad la practique el otro, mientras que el acusador suele ser dispendioso. Así, para supuestamente ahorrar, se gasta más.
Ejemplo número uno: la cancelación del Naim y la construcción del Felipe Ángeles. Por el lado que se le vea, saldrá más caro y los costos, a largo plazo, por su propia (in)accesibilidad serán más altos. No será el primer aeropuerto mal pensado y diseñado. Ejemplos como ese tenemos en todo el mundo. Pero el problema va más allá, pues en el nuestro, quien más está gastando, sin control y sin vergüenza, es quien más se pretende austero y quien más acusa a los órganos autónomos de no serlo.
El gobierno de la 4T está construyendo varias obras magnas que son todo, menos austeras: una refinería costosísima en tiempos de reconversión de autos a la electricidad, un aeropuerto lejano y de dudosa efectividad, un tren para turistas, que destruye reservas ecológicas. Y ahora a eso se le quiere agregar una consulta absolutamente innecesaria (salvo para alimentar un ego) de revocación de mandato. Sin mencionar las cantidades fabulosas destinadas a sostener paraestatales ineficientes y sindicatos corruptos. Miles de millones de pesos tirados literalmente a la basura, como si aquí lo que sobrara es el dinero.
El gobierno de la 4T no es austero. Quiere, por el contrario, que sus mismas dependencias y los otros lo sean, para poder ser dispendioso a su manera. Ah, pero eso sí, se acusa al INE de serlo, o al CIDE de tener un comedor para sus profesores. No es este gobierno el primero en ser despilfarrador, por supuesto. Pero sí es el primero en ahogar a sus propias instituciones y seguidores, sin permitirles alcanzar sus metas mínimas, para gastar los recursos en elefantes blancos.
Los casos de los niños con cáncer o de los hogares de refugio para mujeres víctimas de violencia, o de la reducción de becas para jóvenes “aspiracionistas” son solo algunos ejemplos de una supuesta austeridad, que en realidad es el estrangulamiento de los más débiles e indefensos. Y todo se juega en imágenes: el avión presidencial, la residencia de Los Pinos, el sueldo de los ministros de la SCJN o de los consejeros del INE. Mientras se esconde el enorme dispendio de muchos programas gubernamentales, destinados únicamente a la perpetuación en el poder.