Una de las cuestiones que me ha llamado más la atención en todo el escándalo de la llamada “casa gris” (en el cual el Presidente, como si estuviera en arenas movedizas, parece hundirse más cada vez que se mueve) es la incapacidad de sus asesores para darle consejos sensatos y detenerlo de sus evidentes errores. Y quizá la respuesta está en que López Obrador no tiene quien lo oriente mejor o lo detenga cuando es necesario porque él ha preferido tener gente fiel más que competente. El resultado es que, en el fondo, aunque esté rodeado de asesores, el Presidente está solo. No es que no oiga a nadie; es que los que lo aconsejan únicamente le dicen lo que quiere o está dispuesto a escuchar. De otra manera los corre o los aleja, dependiendo del grado de dignidad que hayan mantenido.
No es que no haya tenido gente así, dispuesta a decirle la verdad y a enfrentar las consecuencias. Pienso por ejemplo en sus anteriores secretarios de Hacienda. Pero López Obrador ha interpretado estas posturas honestas o realistas como signos de deslealtad; como señales de que en realidad son esbirros del poder neoliberal. Cuando alguien funciona así termina por quedarse solo aunque esté rodeado de fieles, quienes muestran su lealtad más bien agachando la cabeza o sugiriendo lo que creen que el Presidente quiere oír. Si ven que López Obrador odia a Loret, entonces le dicen que lo ataque. Si observan que recela de las compañías extranjeras, entonces le sugieren que dirija sus baterías contra España. No me imagino a algunos de sus allegados o asesores diciéndole: “creo que está usted equivocado señor Presidente” o “creo que eso sería un grave error, señor Presidente”. Y un asesor que no puede decir lo que piensa realmente, no sirve para nada. Pero, por lo visto, de esos está rodeado el Presidente y no le interesa tener otro tipo de personas.
El resultado está a la vista: no hay peor cosa que una persona con todo el poder, pero sin algún tipo de control o contrapeso. El Presidente apenas puede contener su ira, está fuera de sí y, por lo visto, no tiene la capacidad para hacer frente al mayor reto de su sexenio, pues el escándalo de la casa gris le pegó en la línea de flotación (la supuesta incorruptibilidad y superioridad moral) de su proyecto de transformación. Lo peor del caso es que, en lugar de ofrecer mínimos argumentos, se ha desatado en los ataques personales, confundiendo lo público con lo privado y la distinción entre un ciudadano común (que puede hacer todo lo que no está prohibido) y un servidor público (que solo puede hacer lo que le está permitido). Como si la oposición no tuviera derecho a ser oposición y los periodistas a tener una posición política. El respaldo de los gobernadores morenistas a su Presidente es una muestra de esa incapacidad para mostrar un mínimo de apoyo crítico. El discurso es el mismo: todo es culpa de los grupos económicos que perdieron privilegios.
Lo que pasa con el hijo del Presidente simplemente no existe. En realidad, ante la incapacidad crítica, el Presidente está solo. Ese es el verdadero problema de hacerse acompañar por personas que son 90 por ciento fieles y 10 por ciento competentes.