No hay que confundirse. El problema de la investigación periodística sobre el hijo del Presidente no es la casa, el automóvil y en general su manera de vivir. Si la esposa del hijo es en verdad muy rica (habrá que averiguar de dónde viene su riqueza) y lo mantiene, eso es, en efecto, su muy personal asunto.
El problema es otro y López Obrador lo sabe, aunque pretende ignorarlo o desestimarlo con una o dos de sus trilladas y cada vez menos efectivas frases. Culpando al periodista y pretendiendo desprestigiarlo, con aseveraciones temerarias: “mercenario”, “al servicio de la mafia del poder”, “amigo de García Luna”.
Lo cierto es que la información es una bomba, parecida a la de la casa blanca, que tanto desprestigió a Peña Nieto, porque en medio hay un contratista de Pemex. Que José Ramón López haya vivido, ya siendo presidente su papá, en casa de alguien que gana muchos millones de dólares como contratista del gobierno, difícilmente es una casualidad.
Hay allí un enorme conflicto de interés, porque, como dicen los gringos, los almuerzos gratis no existen (there is no such thing as a free lunch). Todo tiene un costo y todo se paga. Dice que en este gobierno sus hijos no tienen influencia y no se le da contrato a ningún recomendado, cuestión francamente difícil de sostener, en una sociedad como la nuestra y con una clase política como la nuestra, servil y dispuesta a todo con tal de agradar al Presidente, desde la promoción de chocolates o cervezas, hasta la, en ese sentido, inevitable obsequiosidad de sus huestes.
Hay en todo esto, por lo menos, una cosa que se llama conflicto de interés. Que López Obrador quiera despejar el problema con afirmaciones que tienen que tomarse como dogma de fe (cosa que sin duda harán sus seguidores más fieles), como si el asunto fuera de su hijo, es una maniobra astuta, sin duda.
Pero el fondo del asunto le atañe al Presidente, pues no se trata de que su hijo vive a todo lujo (a menos que se piense que una casa en Houston, con alberca de 25 metros, carro de lujo y vacaciones en Aspen es asunto de clase trabajadora), o de que no se le conozca a su hijo oficio ni beneficio.
Habría allí un doble problema (conflicto de interés o abierta corrupción) y doble moral. La austeridad franciscana o republicana (según como amanezca de juarista el Presidente) parece más un discurso para los demás que para los suyos. Y no hay nadie más suyo que su hijo.
Además, como López Obrador ya ha dicho que el presidente está enterado de todo, no veo cómo no pueda haber sabido del tema. Entonces, el verdadero punto es que todo esto, además de poner en cuestión la supuesta ausencia de corrupción en el gobierno, incide sobre la imagen de impecabilidad del primer mandatario.
Y López Obrador vive de eso; de predicar acerca de la purificación del país, de los corruptos y de los que viven con lujos. El problema surge cuando todo se destapa. Como cuando se descubre que el sacerdote era pederasta y que el obispo lo encubría, o hacía como que no sabía. El teatro del purificador se cae a pedazos. Y no hay mucho que se pueda hacer para que la credibilidad regrese. Aunque fieles, siempre habrá.