A lo largo de mi carrera como investigador, mucha gente me ha preguntado cómo y por qué me interesé por estudiar las religiones. Y algunos se asombran cuando les digo que, para mí, todo comenzó con Afganistán. En efecto, estaba yo en Mazatlán, a fines de diciembre de 1979 en casa de mis padres, cuando abrí El Sol del Pacífico y vi la noticia: Afganistán había sido invadida por la Unión Soviética. Acababa de entrar al Partido Comunista Mexicano (en una facción más bien eurocomunista, es decir que aceptaba las reglas de la democracia electoral, más que la famosa “dictadura del proletariado”) y no entendía por qué una potencia como la URSS intervenía o invadía a un pobre y pequeño país, situado en una zona no precisamente estratégica.
Había todo tipo de hipótesis: la más socorrida era que la URSS buscaba expandirse agresivamente, buscando una salida a los mares calientes. Estaba yo además cursando la licenciatura en relaciones internacionales en El Colegio de México, así que decidí que ese podía ser un buen tema para mi tesis.
En los meses y años siguientes fui recopilando material de todo tipo, más bien escaso, sobre su historia y la situación geopolítica en la que se encontraba inmerso. Para el tema busqué apoyo en el entonces llamado Centro de Estudios de Asia y África del Norte, particularmente con quien nos había dado el curso de “Medio Oriente y mundo islámico”, mi querida maestra (y directora de tesis), Celma Agüero.
El resultado, a fines de 1981, es decir hace 40 años, fue una tesis titulada: “Invasión soviética y resistencia popular en Afganistán: una interpretación histórica”. A mi maestro Jorge Alberto Lozoya (uno de los mejores que tuve en el Colmex) le gustó y la recomendó a una editorial que pertenecía a los dueños de la librería Gandhi. Firmé contrató, la arreglé como libro, pero éste nunca se publicó, pues la editorial cerró.
Veinte años después, sin embargo, Osama Bin Laden atacó las Torres Gemelas y todo mundo se volvió a acordar de ese país. Le agregué un capítulo, titulado “De los mujahedín a los talibán” y El Colegio de México lo publicó muy oportunamente en su colección “Jornadas”, en 2001 bajo el título: Afganistán; La revolución islámica frente al mundo occidental.
Ahora bien, la razón por la cual Afganistán me llevó a estudiar la religión fue que, analizando las razones de la intervención soviética en ese país, propuse como hipótesis que ésta era una reacción de temor a la expansión del entonces llamado “islam político o “islam revolucionario” en las repúblicas soviéticas de Asia Central.
Su origen inmediato venía de la revolución islámica en Irán, en 1979, bajo la guía del Imam Jomeini. Así que me metí a leer todo lo que estaba en lenguas asequibles sobre dicho fenómeno, incluyendo los muchos escritos de este líder, así como los informes de las muchas corrientes islámicas, incluso marxistas, que peleaban por el poder luego de la caída del Sha. Y de allí entendí la importancia de la religión en la vida social y política contemporánea. Luego me dediqué a estudiar al cristianismo y en particular al catolicismo y los efectos de las creencias en la política. Pero, para mí, todo comenzó en Afganistán.
Roberto Blancarte