Por lo visto la última semana, la aparición de la figura de Xóchitl Gálvez en el tablero del juego político logró lo imposible: hacerlo interesante. Hasta antes del anuncio de la posibilidad de la candidatura a la Presidencia de la República de la hidalguense, el escenario de la sucesión –que no elección– presidencial carecía de la esencia democrática que descansa en la incertidumbre sobre el resultado final de todo proceso electoral. En efecto, ante la narrativa de inevitabilidad del triunfo electoral del partido político del presidente Andrés Manuel López Obrador, el escenario de competencia política se limitó a esperar la designación interna de Morena respecto a su candidatura presidencial.
Más allá de las filias y fobias en torno a las aspiraciones presidenciales de Xóchitl Gálvez, exacerbadas por el ambiente de polarización política que es alimentado desde Palacio Nacional cada mañana; lo cierto es que el simple hecho de que llegue a concretarse su registro formal en las boletas electorales como candidata presidencial de la alianza opositora en contra del partido político en el gobierno, con independencia del resultado al final de la jornada electoral, su origen y trayectoria habrá cambiado el juego político mexicano: aquel históricamente construido bajo el principio normativo que sostiene el monopolio –apenas tocado por la fórmula de las candidaturas independientes– que mantienen los partidos políticos sobre el registro de candidaturas. Hoy ese monopolio se encuentra fuertemente cuestionado por la captura que han hecho de ellos sus respectivas dirigencias nacionales. Tal es el meollo del juego político que dejó al descubierto el posicionamiento que asumió el fin de semana pasado el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro Ramírez.
Si bien aún está por verse la magnitud de las consecuencias que traerá este cambio de juego político hacia el interior de cada partido político, particularmente en relación con sus respectivas dirigencias; lo cierto es que este cambio llegó para quedarse por largo tiempo. Por lo pronto le ha devuelto a la competencia política previa al inicio formal del proceso electoral una bocanada de frescura democrática.
