Para Ana Tere
Hoy el calendario vuelve a confabularse para hacer coincidir la fecha de mi última colaboración del año con tu cumpleaños hijita. Ya pasaron seis años de aquella carta en la que te comenté que aún no habían inventado una tienda que ofrezca lo que yo deseo para tu vida, y hoy sigo sin encontrarla. Así que vuelvo a las andadas, esperando me disculpes por abochornarte, deseándote por este medio muy feliz cumpleaños y mandándote un abrazo enorme hasta donde te encuentres hoy. Si, este año decidiste escuchar la voz de tu espíritu de trotamundos que no sé bien de quién heredaste, pero ahora es muy tuyo, al aceptar esa invitación para realizar un maravilloso viaje que no esperabas.
Con el ánimo de salir lo mejor librado del amasijo de emociones que agolpan hoy mi corazón agradecido, afortunado y orgulloso de ser tu papá, preferí recurrir a un fragmento de aquella reflexión que les compartí a ti y a tus hermanos recientemente para decirte que “yo tuve que aceptar que mis padres no durarían para siempre y que mis hijos poco a poco escogerían su camino y seguirían ese camino sin mí”.
Habrás de disculpar el tono nostálgico de mis palabras. Aún desconozco la razón por la que esta temporada mi corazón se empeñó tanto en recordar y sentir el amor que mi papá -o mejor dicho: tu Tito- nos tuvo mientras vivió con nosotros. Quizás ya te lo he contado, pero fue tu Tito quien, al enterarse de tu nacimiento hace 26 años, sin pensarlo mucho decidió recorrer los más de 500 kilómetros que separan a Guadalajara de la Ciudad de México para abrazarte y darte la bienvenida a este mundo. En estos días ha estado muy presente la sonrisa que se le dibujaba a tu abuelo cada vez que le pedía que fuera a recogerte a la escuela: muy reveladora de esa complicidad entre tú y él, bien orquestada junto con tus hermanos y tus primos, y que los hacia realizar, muy frecuentemente, esa breve escala en el trayecto a casa con el propósito de comprarles las golosinas que ustedes quisieran.
Tu Tito solía decirme que la mejor manera de honrar a quienes ya no están con nosotros es viviendo nuestra vida intensamente. Hoy me da gusto constatar con 26 años lo bien que aprendiste su lección .
Roberto Arias