Política

La cascada de los dioses

En el noreste remoto de Islandia hay una caída de agua que lleva por nombre Godafoss, la cascada de los dioses. Con toda su hermosura, no se caracteriza por ser la más deslumbrante, ni la más alta o caudalosa del país. Es llamada así porque, en el año 1000, Thorgeir Ljosvetningagodi Thorkelsson, jefe de clan y sacerdote pagano, arrojó a sus bravas aguas las imágenes de los dioses que, un par de siglos atrás, habían llevado allí desde Noruega los hijos de Odin. Con ese gesto, Thorkelsson selló en Islandia la supremacía del cristianismo. 

Islandia es quizá el único país del mundo en fundarse como una democracia parlamentaria. En el año 930, cerca de un siglo después de haberse instalado allí de manera permanente, sus habitantes fueron convocados por los jefes Grímr y Úlfljótr al cónclave —o Althing— de Thingvellir, a 50 kilómetros de Reikiavik. Allí acordaron elegir un representante por clan o familia para encontrarse una vez al año, consumir cantidades abundantes de alcohol, mercar, nombrar jueces locales y dirimir sus diferencias por votación directa. El Althing no ha dejado de celebrarse casi ininterrumpidamente hasta nuestros días, incluso cuando, en 1262, fue despojado de toda autoridad al quedar Islandia anexada al reino de Noruega.

La razón de lo anterior, y quizá la decisión más consecuente de ese parlamento, se dio en el año 1000. El rey Olaf Tryggvason, quien había convertido a Noruega por la espada y soñaba con someter a toda Escandinavia bajo la cruz, tenía años despachando evangelizadores a Islandia, sin éxito. Colmada su cristiana paciencia, tomó de rehenes a todos los islandeses en Noruega, matando y torturando a quienes rehusaban convertirse, y le advirtió a la isla que sus siguientes emisarios no serían curas, sino soldados. Thorkelsson, uno de los miembros más respetados del Althing, se encerró dos días bajo una cobija con una botella de aguardiente como única compañía. Cuando emergió, le imploró a sus pares mantenerse unidos, prósperos y vivos bajo una sola religión y un sólo código legal, negociando con los emisarios del rey Olaf una conversión moderada: la Iglesia dominaría la vida pública —como venía haciéndolo desde la caída de Roma en el resto de Europa—, pero a quienes así lo quisieran se les permitiría practicar, a puerta cerrada, algunos aspectos de la vieja religión. Nadie podía saber que esas pequeñas concesiones serían revocadas al poco rato.

Para sellar el pacto Thorkelsson fue bautizado e inmediatamente ordenado sacerdote. Lo primero que hizo al regresar a su casa en Ljósavatn, al norte de la Isla, fue sacar del altar familiar las efigies totémicas de sus dioses nórdicos, labradas con runas y símbolos mágicos sobre maderas sagradas —el tilo de Freya, el encino de Thor y el fresno de Odin—, para arrojarlas al olvido a las rugientes aguas de Godafoss. Más allá de algunos cuentos infantiles, de los viejos dioses no queda en Islandia ni un rastro. Lo que sigue en pie es la iglesia de madera blanca, austera y fría que, poco tiempo después y muy cerca de esa cascada, construyó Thorkelsson.

¡Feliz Navidad y el mejor 2024! 


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Roberta Garza
  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Notivox (Notivox Monterrey y Notivox Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Notivox Diario con su columna Artículo mortis
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