Política

Ovidio o el Altiplano como destino fatal

La vigilancia de la Guardia Nacional a las afueras de la cárcel de máxima seguridad en Edomex. AFP
La vigilancia de la Guardia Nacional a las afueras de la cárcel de máxima seguridad en Edomex. AFP

Los antiguos griegos no creían en el libre albedrío. Para ellos los dioses decidían y la valentía humana era sinónimo de resignación frente al destino trazado.

El pasado jueves por la mañana, recién enterado de la posible detención de Ovidio Guzmán López, no pude apartar de mi cabeza aquella filosofía fatal.

Hace 25 siglos este personaje trágico no habría tenido alternativa a la biografía que le fue trazada, desde antes de su nacimiento: los dioses lo habrían condenado a ser lo que es antes de que nadie pudiera juzgarlo.

Pero Ovidio, conocido entre los suyos con el mote de El Ratón, es un habitante del siglo XXI y, por tanto, sujeto responsable de todo cuanto se le acusa.

Es el sexto hijo de Joaquín Guzmán Loera, la figura más conocida del narcotráfico mundial. (No hay rincón del planeta donde la gente disocie su nombre de la palabra México).

Ovidio es hijo de Griselda López, con quien su padre tuvo a Joaquín, Edgar y Griselda. Antes de casarse con su madre, Guzmán Loera estuvo con otra mujer: Alejandrina Salazar. De ese matrimonio nacieron los medios hermanos Alfredo, Iván Archivaldo, César y Alejandrina.

Durante la infancia, Ovidio no tuvo ocasión de convivir con su padre. Cuando tenía solo tres años, Guzmán Loera, cuya baja estatura le consiguió el mote de El Chapo, fue detenido en Guatemala y encarcelado en el penal de máxima seguridad del Altiplano.

No es fácil que en esas cárceles los niños visiten a sus padres, pero más complicado se volvió hacerlo cuando al Chapo lo trasladaron a la prisión de Puente Grande, ubicada en el estado

de Jalisco.

En sus primeros once años de vida Ovidio tuvo una existencia cómoda, similar a la de cualquier otro niño de clase alta mexicana. Griselda, su madre, lo inscribió, junto con sus hermanos Joaquín y Edgar, en un colegio caro que entonces pertenecía a los Legionarios de Cristo. Ahí se codeó con hijos de políticos y empresarios, vistió ropa cara, tuvo chofer y guardaespaldas y estuvo apartado de cualquier privación.

Mientras tanto, los hermanos Alfredo y Arturo Beltrán Leyva se encargaron de velar por los intereses del Chapo, y también de enviar dinero en cantidad suficiente para todos sus hijos.

La primera curva brusca en el trayecto vital de Ovidio sucedió en enero de 2001 cuando su padre escenificó lo que hoy se conoce como La fuga del siglo (pasado). Escondido en un carro de ropa sucia fue sacado de prisión y en pocas horas, en un carro viejo se trasladó a Badiraguato, su pueblo natal.

Ovidio, sus hermanos y su madre abandonaron entonces la residencia que habían disfrutado, por casi una década, en la capital del país. En ese momento Joaquín tenía quince, Edgar trece, él once y su hermana Griselda, nueve años.

Todos recordarían, como la mayoría de la gente del lugar, la fiesta de tres días que hubo en casa de la abuela, Consuelo Loera, para festejar el regreso del héroe de aquella familia.

Los siguientes años Ovidio habrá visto de cerca crecer el emporio criminal de su padre. Ninguna otra empresa del ramo tuvo más influencia que aquella encabezada por Joaquín Guzmán y sus socios los Beltrán Leyva.

Un episodio nubló la adolescencia de Ovidio. El 13 de febrero de 2005 fue detenido, en Zapopan Jalisco, su medio hermano Iván Archivaldo. A los 25 años Iván fue a dar también al penal del Altiplano, acusado de lavado de dinero. 

En mayo de 2007, cuando a Ovidio le faltaba un año para alcanzar la mayoría de edad, El Chapo logró reunir a las cabezas de las principales empresas criminales de México en la ciudad de Cuernavaca, Morelos.

Según testimonios de la época, ahí estuvieron representantes de los cárteles de El Golfo, Los Zetas, La Línea y Juárez. Bajo el liderazgo indisputable del padre de Ovidio ese pacto entregó, por un rato, tranquilidad y bonanza a las bandas delictivas.

Aprovechó Guzmán Loera aquella Pax Narca para casarse con Emma Coronel, una muchacha que entonces tenía la misma edad que su hijo Ovidio. La ceremonia se celebró en el municipio de Canelas, en el estado de Durango. La fiesta volvió a durar tres días y el gobierno mexicano regaló al Chapo hacerse de la vista gorda.

Aquel idilio no podía permanecer. En enero de 2008 el gobierno de Felipe Calderón detuvo, en Culiacán, Sinaloa, a Alfredo Beltrán Leyva. Corrió pronto el rumor de que Joaquín Guzmán lo había entregado a cambio de un favor grande.

El 11 de abril salió, por su propio pie, del penal del Altiplano, Iván Archivaldo Guzmán. El juez afirmó no haber encontrado pruebas en su contra. Arturo Beltrán, hermano de Alfredo, reclamó con vehemencia la traición. Primero colgó mantas por todo Culiacán, desafiando el supuesto pacto entre Guzmán Loera y el gobierno. Luego se vengó de la peor manera.

Ovidio tenía 18 años cuando el tío Arturo mandó asesinar a su hermano Edgar. Un bazucazo y más de 500 tiros le arrebataron la vida a este estudiante de la Universidad Autónoma de Sinaloa que recién se había vuelto padre.

Ese día se habría sellado el destino, si es que así merece llamarse, del joven Ovidio. Si a su hermano que nada tuvo que ver con las empresas familiares lo habían borrado del planeta por ser hijo de quien era, solo quedaba guarecerse bajo las alas del Chapo a partir de ese momento.

Lo demás es historia conocida. En 2009 su padre triunfó en la guerra contra los Beltrán, cuando la Marina abatió en Cuernavaca al tío Arturo. En 2014, El Chapo fue aprehendido, de nuevo, y en 2015 se fugó otra vez. En 2016 cayó definitivamente tras las rejas y el año siguiente fue extraditado a los Estados Unidos.

Luego vinieron más traiciones contra su familia y su propia detención, en el 2019, de la que Ovidio logró salvarse por los pelos. (O quizá los dioses lo salvaron).

El jueves pasado fue nuevamente detenido y hoy duerme, coincidentemente, en la prisión del Altiplano, en cuyas paredes su familia ha escrito varias páginas del destino que resignadamente aceptaron vivir.

Ricardo Raphael

@ricardomraphael

Google news logo
Síguenos en
Ricardo Raphael
  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Notivox Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.