Política

Guerra sucia por WhatsApp

La aplicación de mensajería instantánea. REUTERS
La aplicación de mensajería instantánea. REUTERS

El sábado de la semana pasada, hacia las diez de la noche, recibí una extraña llamada en mi celular. Una voz me dijo que mi paquete de Amazon podía ser entregado a esa hora siempre y cuando proporcionara una clave recién enviada a mi WhatsApp.

Instintivamente abrí la aplicación y encontré el mensaje con seis números que me solicitaba el supuesto repartidor. En el último segundo decidí no hacerle caso, a pesar de que me urgía colgar para continuar viendo la serie que me tenía cautivado. Lo hice porque no pude recordar la compra que presuntamente estaba a punto de recibir en mi domicilio.

Después de colgar volví a revisar el texto. Entonces descubrí que, además de la clave solicitada, ahí se me informaba que alguien ajeno estaba tratando de ingresar a mi cuenta de WhatsApp. Estuve a una nada de rendir mi dispositivo a un desconocido.

Con inquietud revisé el resto de los mensajes entregados durante esa misma tarde. Había otros tres, enviados desde números cuyos propietarios no estaban en mi lista de teléfonos, todos urgiéndome a que respondiera.

Debo reconocer que, si hubiese atendido estos mensajes por cualquier otra de mis redes, la sospecha habría saltado con mayor impulso. Equivocadamente, WhatsApp y Telegram son en mi cabeza vehículos distintos a Facebook o Twitter. Como me comunico con mis seres más cercanos a partir de las dos primeras plataformas, les tengo una confianza mayor.

No obstante, la guerra de las noticias falsas tiene hoy como principal campo de batalla justo a esas redes “íntimas”. Así como hace unos años la base de datos de Facebook fue manipulada por empresas como Cambridge Analytica, para sembrar información política mentirosa, en el presente son estas otras plataformas el territorio fértil de la propaganda sucia.

Interesado por el tema, durante la semana llamé a un amigo que se dedica, con bastante éxito, a ganar contiendas electorales. Le pregunté si tenía idea cómo funciona la distribución de estos contenidos a través de WhatsApp. Al momento no tuvo respuesta, pero un par de horas más tarde compartió conmigo una joya de información.

Había llamado a un dealer que se dedica a esta actividad en distintas regiones del país y le preguntó si tenía bases de datos de WhatsApp en el estado de Querétaro. El proveedor respondió que podía ofrecerle una con un millón 600 mil teléfonos de los cuales un millón 300 utilizaban WhatsApp.

Añadió que dicha base contenía, entre otras referencias, las edades, el nivel socioeconómico, el distrito electoral y el sexo de las personas propietarias de la línea. ¿Cuánto puede costar ese material? El valor de dicha base de datos rondaba los 300 mil pesos, informó el oferente del servicio.

No hemos aún tomado consciencia de lo vulnerables que somos frente a estos esfuerzos de hackeo masivo. De nada sirvió el escándalo que desprestigió a Facebook hace ya casi un lustro, al punto que la empresa tuvo que ser renombrada como Meta (por cierto, WhatsApp es una aplicación cuya propietaria actual es esta misma compañía).

Con esta información en mente volví al mensaje del falso repartidor de Amazon para revisar de nuevo el número telefónico. Esta vez descubrí que estaba vinculado a un par de chats multitudinarios a los que, en algún momento, fui agregado por un conocido. Uno de ellos está compuesto por más de 40 colegas periodistas y el otro por cerca de 120 personas presuntamente involucradas en una causa ambiental.

Al revisar tales chats encontré ahí propaganda de dudosa credibilidad, sembrada en últimas fechas de manera anónima. Con la información disponible en mi dispositivo me fue imposible asignar un nombre al contacto responsable de haber subido ese material.

Ahora tengo claro que el dealer de bases de datos no ofreció números sueltos de WhatsApp sino comunidades vinculadas por temas comunes donde es sencillo pasar desapercibido. Chats donde comparten información, por ejemplo, los padres de familia de una escuela, las personas que pertenecen a un mismo club deportivo, espacios donde familias extensas sostienen conversaciones, puntos de encuentro entre colegas del trabajo, grupos religiosos o chats que reúnen decenas de amigos que quieren mantenerse en contacto.

En estos espacios uno tiende a bajar la guardia. Dado que ahí, a diferencia de otras redes, participa “gente como uno”, que piensa parecido y posee creencias similares, parece normal dar por buena la información recibida.

Si se tratara de Facebook, X, TikTok o Threads es probable que tuviésemos más reservas. Los escándalos de años previos, precisamente a propósito de la venta de bases de datos y también la presencia creciente de robots que se hacen pasar por seres humanos, nos han educado para tomar la información que se sube en tales sitios con una pizca de sal. En efecto, durante los últimos años nos hemos educado digitalmente para ser menos ingenuos.

Sin embargo, estas mismas prevenciones se vuelven laxas respecto de las plataformas que erróneamente consideramos más “privadas”. Sobre todo en aquellas que compartimos con seres que valoramos como afines. No obstante, justo en ese territorio los propagandistas digitales de nueva generación han encontrado un nicho favorable para engañar.

Si, como el dealer de bases de datos ofertó, los números de WhatsApp susceptibles de venta vienen acompañados por referencias demográficas precisas, los mensajes del propagandista pueden confeccionarse para lograr un gran impacto en el comportamiento de la persona destinataria.

Es posible saber por qué partido se inclina, sus hábitos de consumo, qué ideología profesa, cuáles son sus preocupaciones, sus fobias y también sus filias. En otras palabras, es más fácil mentir porque la fabricación de noticias partirá de un conocimiento fino del sujeto engañado.

Este es el terreno en el que va a correr buena parte de la guerra sucia de las campañas electorales que arrancaron ayer y van a continuarse hasta el domingo 2 de junio. Nos volveremos víctimas no solo de la basura colgada en las calles, o de la abrumadora avalancha de spots en televisión y radio. Si nos dejamos, también nos comerán el cerebro con falsedades sembradas dentro de las redes más personales. 


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Ricardo Raphael
  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Notivox Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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