
En julio de 1943 Anna Seghers fue atropellada por un automóvil en la avenida Reforma. Salvó la vida de milagro. Estuvo en coma durante varios días y despertó atrapada por la niebla de la amnesia.
Su recuperación fue lenta. Se refugió en Cuernavaca, donde, gracias a su literatura, volvió a ser ella misma.
Hay versiones distintas sobre lo ocurrido. Aunque domina la hipótesis de un accidente, cabe también especular que quisieron asesinarla. Ella fue fundadora del Club Antifascista Mexicano y también del movimiento Alemania Libre.
Poco se sabe de la presencia nazi en la Ciudad de México durante la Segunda Guerra y, sin embargo, hay pruebas de que, al menos trescientas personas vinculadas al Tercer Reich se infiltraron para influir en la política nacional de aquellos años.
También existe evidencia de que, por su militancia comunista, Seghers fue espiada por el FBI mientras estuvo viviendo en México. Su correspondencia habría sido violada, transcrita y enviada a la capital estadunidense donde hoy es posible constatar el espionaje sobre su persona.
A pesar de la formidable biografía de esta escritora alemana, nacida en 1900 y nacionalizada mexicana hacia finales de la década de los cuarenta del siglo pasado, jamás había escuchado hablar de ella. Hace tres semanas crucé una conversación con Netty Radvanyi, la bisnieta de Anna Seghers. Fue ella quien me curó de esta ignorancia. Junto con Micaela Gramajo ha montado una obra de teatro inspirada en la novela La excursión de las niñas muertas que Seghers redactó durante la convalecencia posterior al accidente de tránsito que casi le arrebata la vida.
Charlé con ambas en una casa vieja de la colonia Santa María la Ribera donde contaron la vida de esta mujer que arbitrariamente hemos sometido en México al olvido más injusto. También me hablaron de Claudia Cabrera, quien ha traducido recientemente al mexicano varias de sus obras más relevantes
La biografía de Seghers comienza advirtiendo que ese no era su verdadero apellido y que tampoco Anna fue su nombre de pila. En realidad se llamó Netty Reiling, pero como escritora prefirió inventarse un seudónimo inspirándose en Hércules Seghers, pintor holandés contemporáneo de Rembrandt.
Netty Reiling nació en la ciudad de Maguncia, a orillas del río Rin. Sus padres eran judíos acomodados que vivían de la venta de arte. Estudió en la universidad de Heidelberg y muy temprano comenzó a publicar con éxito. A los 28 años se inscribió en el partido comunista, desde dónde le tocó vivir la feroz polarización alemana que en 1933 permitiría el ascenso al poder de Adolfo Hitler.
Por sus orígenes judíos, y sobre todo por su activismo político, las obras de Seghers fueron quemadas en la plaza pública y ella fue arrestada por la Gestapo. Logró, sin embargo, escapar a Francia donde se estableció con su marido y dos hijos hasta que el ejército nazi invadió ese otro país.
En 1941 se refugió en el puerto de Marsella. Ahí, gracias al cónsul mexicano Gilberto Bosques, consiguió una visa para escapar de Europa. Entre otras personas que ayudaron a Seghers, el poeta chileno, Pablo Neruda, fue muy importante. Entonces era representante diplomático en México y él la ayudó para instalarse de este lado del Atlántico. De aquella época sobrevive una frase que Seghers atesoraría con agradecimiento por el resto de su vida: “Nadie poseyó en este mundo tanto encanto y fantasía como Anna”.
Gracias a Neruda ella conoció al escritor brasileño Jorge Amado que entonces también vivía en la ciudad de México. Se hizo amiga de Diego Rivera y de Vicente Lombardo Toledano, igual estuvo cerca de Tina Modotti y de un universo extenso de artistas, intelectuales, poetas, políticos y escritores que, durante los años de la guerra, encontrarían en México un refugio para pensar con libertad.
Es en México que Anna Seghers escribe la novela La séptima cruz. La primera que alcanza reconocimiento global dónde se describe con nitidez el aparato represivo nazi y en particular la existencia de los campos concentración. En 1944 ese relato saltó a la pantalla del cine con Spencer Tracy como protagonista. Ese filme le entregó a Seghers fama internacional.
En México también redactó y publicó la novela Tránsito, inspirada en los días angustiosos de Marsella, donde ella y su familia sufrieron las miserias que impone la migración forzada, o lo que ella nombró como “la enfermedad de marcharse”. Con una prosa formidable, entre otras cosas, ese texto hace un hermoso homenaje a Gilberto Bosques, el cónsul mexicano que expidió más de 40 mil visas para rescatar a las muchas personas perseguidas durante aquellos terribles años.
Netty Radvanyi, no descarta la posibilidad de que el supuesto accidente de su bisabuela haya sido en realidad un atentado. Antes de que los nazis comenzaran a experimentar la irremediable derrota, La séptima cruz se convirtió en un texto definitivo para activar los ánimos para que Estados Unidos metiera todo su cuerpo a la conflagración.
Anna Seghers fue, sobre todo, una sobreviviente. Si la escritura la había salvado antes del exilio y la migración, también lo hizo del coma y de la amnesia. Uno de sus textos más íntimos es el que su bisnieta ha llevado a la escena teatral en una casona de la colonia Santa María la Ribera.
La excursión de las niñas muertas recrea una serie de estampas que, según Seghers, aparecieron en su mente durante los días en coma. Ahí danzaban las niñas con las que fue al colegio y que, después de haber vivido dos guerras, ninguna llegó a la edad adulta.
Después de pasar seis años en México, Anna Seghers regresó a Berlín. Había transcurrido más de una década desde que Hitler la obligó a abandonar Alemania. La escritora no quiso permanecer lejos de la reconstrucción de su país. A su regreso fue fundadora del Partido Socialista Unificado y una funcionaria importante de la cultura del gobierno de la República Democrática Alemana. Murió a la edad de 83 años con más de treinta libros publicados.
Jamás regresó a México. Quien sí lo hizo fue su bisnieta Netty Radvanyi, quien vive desde hace varios años en el país. Aprovecho este texto para darle las gracias por el desvelo de varias noches que las novelas de su bisabuela, traducidas por Claudia Cabrera, me han impuesto con su prosa extraordinaria, su sensibilidad única y su lúcida imposibilidad para resignarse frente a las injusticias, por encima de todo, a la insoportable enfermedad de marcharse.