La partidocracia mexicana padece Bronconeumonía. "Inflamación de la mucosa bronquial y del parénquima pulmonar" (RAE). ¿La causa? Las candidaturas independientes, como la de El Bronco, quien ganó la gubernatura de Nuevo León, y las de al menos otros cuatro aspirantes que el pasado 7 de junio obtuvieron diputaciones federales y alcaldías sin el apoyo de un partido.
Hace 38 años, una reforma política promovida por José López Portillo y Jesús Reyes Heroles otorgó a los partidos políticos el monopolio de la representación electoral, al definirlos en la Constitución como "entidades de interés público".
La decimonónica figura de los candidatos independientes o sin partido quedaba así proscrita de facto, entre otros motivos porque los aspirantes presidenciales independientes habían incomodado al grupo gobernante, como José Vasconcelos (1929) y Juan Andrew Almazán (1940). El primero, un intelectual político y, el segundo, un político militar.
Víctima de la "Ley de Hierro de las Oligarquías" (Robert Michels), el sistema mexicano de partidos devino en una partidocracia, que hoy genera más rechazo y hartazgo que legitimación y satisfacción, a tal grado que las redes sociales y las páginas electrónicas se han convertido en la principal fuente de información, movilización y formación de opinión para muchos mexicanos, especialmente los jóvenes.
Ante el debut exitoso de los candidatos independientes en la pasada elección, es lógico y natural que ahora se busque replicar la experiencia a nivel presidencial. Las encuestas perfilan una predisposición favorable: 65 de cada 100 mexicanos aceptan la figura y la preferencia electoral de arranque de cualquier candidato sin partido es de 8 por ciento, mayor incluso que varios partidos con registro.
El perfil del segmento apoyador de los independientes es nítido: jóvenes de clase media urbana, con educación media o superior, sin partido, que cuando votan lo hacen por el candidato no por las siglas, y que nunca sufragarían por alguna de las opciones conocidas PRI, PAN, PRD e, incluso, Morena.
Quienes buscan cerrar el paso a AMLO rumbo al 2018 han encontrado en la Bronconeumonía una forma de pararlo o quitarle gas helio. Buscan disputarle algo así como el "monopolio del hartazgo legítimo" que hoy concentra el principal líder de la izquierda mexicana. Sin embargo, puede resultar un mal negocio para ellos y sus patrocinadores, ya que la principal base de apoyo de AMLO hasta el momento se encuentra en segmentos de clase media y baja que sí votan, pero lo hacen de manera diferenciada, de una elección a otra.
Un Bronco 2.0 afectaría en primer término a los que promueven el voto nulo y el abstencionismo; en segundo término, a los tres partidos tradicionales; y en un tercer momento, a AMLO y Morena, quien es percibido en diversos sectores como un opositor duro, férreo e independiente, es decir, como un aspirante auténticamente bronco.
Por otra parte, un candidato presidencial sin partido abonaría a la balcanización de la elección y, con ello, a que el próximo Presidente de México lo sea con el menor numero de votos posible (sobre 15-18 millones de votos). Este umbral ya lo ha obtenido AMLO en dos ocasiones, así que un tercer intento, lejos de sacarlo, lo mete más a la pelea.
Bienvenido no uno, sino dos o tres candidatos presidenciales independientes (en el entendido de que AMLO es un minotauro, mitad bronco mitad partido), para que la Bronconeumonía de ahora devenga en la pulmonía fulminante de una partidocracia que ya no le sirve ni a sus beneficiarios económicos ni a sus progenitores políticos.
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