Sociedad

Mató a su patrona para robarle al marido y acabó en la cárcel (II)

  • Historias negras
  • Mató a su patrona para robarle al marido y acabó en la cárcel (II)
  • Raúl Martínez

Sandra siguió con su fantasía. Cada noche después de sus labores, sin que nadie la viera, se embellecía y se vestía con la ropa que le diera su patrona. Quería parecerse a ella.

Fascinada con su transformación, se miraba en el espejo durante largo tiempo. Se gustaba. Llegó a pensar que era más bonita que Rebeca.

Al paso de los días se dio cuenta que la relación entre sus patrones no era buena. A menudo discutían. Él le reclamaba que llegaba muy tarde y que se olvidaba de los niños.

Ella enojada y con gritos le decía que tenía que trabajar, de lo contrario, él no podría con los gastos, que fuera agradecido porque ella aportaba más.

Pedro más furioso decía que eran mentiras, que lo que ella ganaba lo gastaba en ropa y perfumes de marca, que su sueldo bien alcanzaría si se habituara a vivir sin tantos lujos.

Sandra cada que los escuchaba discutir se encerraba con los niños y si estaban despiertos les cantaba o los entretenía para que no se asustaran.

Cierta noche, los patrones de Sandra se enfrascaron en una discusión más ofensiva, al grado que Pedro enfurecido la golpeó. En esa ocasión Sandra, asustada, le dijo que no le pegara.

Creyó que el pleito de sus patrones sería el definitivo, pero se equivocó porque días después se contentaron y hasta salieron a pasear con los niños. Sandra también fue.

En esa ocasión Pedro se le acercó y casi en susurros le dijo que cada día estaba más bonita.

No hablaron, pero en los ojos de ambos surgió un brillo que destellaba deseos y pasión, y que al parecer ambos supieron interpretar.

Esa noche cuando todos dormían, Rebeca sintió que su esposo se levantaba, fingió que estaba profundamente dormida. Cuando lo vio salir, se levantó.

Por la orilla de la puerta vio cuando movía el picaporte para entrar a la habitación de Sandra. No pudo. Tenía el seguro puesto.

Pedro regresó a su cama. Rebeca corrió a acostarse. Fingió que seguía dormida. Comenzó a atar cabos. Pensó que su marido la estaba traicionando con la sirvienta.

Cierta tarde Rebeca no fue a trabajar y le pidió a Sandra que fuera a la casa de su mamá a llevarle un encargo. Obedeció y regresó horas más tarde.

Una noche cuando les servía la cena, Pedro aprovechó que su esposa estaba volteada y le acarició la mano. Sandra ya en su habitación pensó en lo que había sucedido.

Estaba confusa. Quería decírselo a su patrona, pero si lo hacía de seguro se haría un escándalo y a ella la iban a despedir.

Pero también pensaba en su patrón. Si al menos se divorciara, pero eso era imposible.

Luego de varios días, cuando Sandra se encontraba sola haciendo los quehaceres, sorpresivamente sintió que alguien la abrazaba por la espalda. Sandra gritó.

Pedro estrujándola le dijo que no dijera nada, que le gustaba mucho, que todos los días soñaba con ella. Quiso zafarse, no pudo. Le dijo que la señora se iba a dar cuenta.

La besó con pasión. Pese al temor que sentía le correspondió. Se estrecharon con más fuerza y se dejaron consumir por sus deseos.

Hicieron un pacto secreto para que la esposa engañada no se diera cuenta. Sandra, que parecía haber perdido la voluntad, aceptó.

Se volvieron amantes. Perdió el miedo de ser descubierta. Lo esperaba con ansia. Fue capaz de ponerse el baby doll que su patrona le regalara y lucirlo con el infiel marido.

Pero al paso de los días, la pasión entre Pedro y Sandra fue incontenible. Dos o tres veces a la semana disfrutaban de su relación prohibida.

Llegó el momento en que se obsesionó más, al grado que llegó a pensar que Pedro podría ser solo para ella. Hasta deseó que Rebeca tuviera un accidente y muriera.

En su perturbada mente pensó que si eso fuera, ella se quedaría con la casa, con Pedro y los niños, a los que les tenía mucho cariño. Sandra ya no fue la misma.

Una mañana, Rebeca con sus prisas de siempre se disponía a bajar la escaleras para irse a trabajar y Sandra, que estaba detrás de ella, sin pensarlo la aventó.

Un grito de terror brotó de los labios de Rebeca y después el silencio. Sandra al darse cuenta de lo que había hecho sintió mucho miedo.

Miró a su patrona tirada en el piso, sin sentido y ensangrentada. Asustada salió corriendo y pidió auxilio a los vecinos.

Llamaron a la ambulancia. Pedro preguntó qué había sucedido. Sandra sin mirarlo le dijo que se había tropezado al bajar las escaleras.

Todos creyeron que había sido un accidente. A Rebeca la reportaban muy grave. Sandra se alegró. Pedro, como un esposo sufrido, permaneció al lado de su agonizante esposa.

Deseaba que su patrona muriera. Pero fingía sufrir y con falsa tristeza siguió al cuidado de la casa y los niños.

Tres días después, Rebeca, aunque seguía muy grave, pudo hablar. Dijo que la sirvienta la había aventado y que era amante de su esposo. También les dijo cómo podían comprobarlo.

Ese mismo día agentes ministeriales detuvieron a Pedro y a la sirvienta. Otros detectives inspeccionaron la casa.

Ambos fueron acusados de intento de homicidio. Sandra dijo que era inocente. Pedro se defendió diciendo que era una calumnia.

Ignoraban que Rebeca al sospechar que eran amantes, sin que se diera cuenta mandó a instalar en toda la casa cámaras ocultas. Quería comprobarlo para entablar su divorcio.

Cuando les mostraron las imágenes de sus encuentros amorosos se sorprendieron. No podían negarlo, todos sus ritos sexuales ahí estaban.

También estaba grabado el momento en que Sandra aventó a Rebeca. Pedro la miró con odio, la maldijo y la llamó asesina.

Sandra lloró. Sus sueños provocados por la pasión se habían convertido en pesadilla. Su patrona murió, pero ella fue sentenciada a 30 años por homicidio.

Pedro también fue sentenciado a 15 años por complicidad. Al dejarse llevar por el deseo prohibido lo perdieron todo.

En celdas separadas, Pedro y Sandra aún lloran sus tragedias. Una familia destruida y largos años de cárcel son un precio muy caro para unas cuantas horas de pasión. 

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