No debe ser nada sencillo para una organización tan diversa como el Comité Olímpico Internacional establecer una posición serena y, sobre todo, consistente, ahora que se plantea definir si los Juegos de Tokio se llevarán a cabo en tiempo y forma o tendrán que ser cancelados o postergados por la crisis de salud que ha desatado el coronavirus.
La propia Organización Mundial de la Salud no ayuda a estas definiciones. El COI ha intentado que sea la OMS la que le diga qué debe hacer... pero no ha sido esta organización la que ha definido suspensiones de eventos deportivos en países como Italia o la misma China.
Así que habrá que empezar a acostumbrarnos a vivir con esta incertidumbre, al menos algunas semanas más.
Todo lo que se ha publicado sobre el punto es absoluta especulación. Que si los pueden mover de fechas (las originales son del viernes 24 de julio al domingo 9 de agosto), que si se pueden ir a una ciudad diferente, en otro continente; o que si se llevarán a cabo en Tokio, pero sin público presente en los estadios y arenas sedes de los eventos.
Nadie quiere, porque no está en condiciones de hacerlo, tomar la decisión. Pero al menos todos los que conforman este gran entramado no van a estar dispuestos a poner su salud y su vida en riesgo.
Todo lo que está en juego es secundario. Así se trate de enormes pérdidas económicas, realmente incalculables.
La verdad entre cumplir con patrocinios y fechas y empeñarse en realizar los Juegos como están hasta ahora programados (así sea con los estadios y arenas cerrados... prohibidas las concentraciones callejeras) y suspenderlos de forma definitiva, prefiero esto último.
Los Juegos Olímpicos son una celebración, toda una festividad, el periodo en el que los seres humanos se alejan de las guerras y se dedican a generar un espacio fraterno.
Sería terrible registrar escenas en sentido contrario. No hay ninguna necesidad.