Pareciera que es obligatorio sorprendernos de que rivales que enfrenta la Selección Mexicana de Futbol en esta Copa de Oro, como República Dominicana o Surinam, hilen dos pases seguidos, concreten un desborde por las bandas, se anticipen en la marca, pongan un pase filtrado.
Y entonces, cuando lo hacen, cuando se lo hacen a la Selección Nacional, lo primero que se le ocurre decir a, entre otros, Javier Aguirre, es el discurso tan gastado, ese de que los rivales han crecido y entonces no es fácil ganarles.
Y en ello se arregla la explicación del porqué el equipo nacional mexicano no luce, no puede ganar con suficiencia y convencimiento a nadie.
Habría que centrar el discurso en la absoluta autocrítica.
La noche del miércoles pasado, ante el representativo de Surinam, se obtuvo un triunfo por 2-0 que coloca al Tri como líder de su grupo, empatado en puntos con Costa Rica, pero con un gol más de diferencia. El triunfo es inobjetable, pero el desempeño de los dirigidos por Aguirre otra vez fue muy triste.
El primer gol llegó hasta el minuto 56, demasiado tarde para el dominio que se veía, más producto de la debilidad de los caribeños que de las fortalezas de los mexicanos. Y aun con esta manifiesta superioridad táctica y territorial, todo el tiempo los jugadores de Surinam se mostraron peligrosos.
Esta Selección que representará a los mexicanos en el Mundial del 2026 no juega nada bien. No creo que le alcance ni para ganar la Copa Oro. Ya lo veremos en unos cuantos días.
Pero lo más importante. Como ya en otros momentos lo he argumentado en este espacio, no se ve cómo se incrementará el nivel competitivo, con este entrenador y estos jugadores, para conseguir el mejor desempeño histórico en una Copa del Mundo.
Y mientras no exista la disposición para centrar el discurso en una autocrítica que hable de que hay conciencia y conocimiento de las fallas pues no se puede construir ningún optimismo.