Las marchas del pasado domingo y el paro nacional de mujeres del lunes 9, delinearon el contorno de un cuadrado imperfecto. El lado de las víctimas, las mujeres, dejó en claro su hartazgo, desesperación, indignación, frustración y rabia. Otro de sus contornos evidenció la incomprensión, ineptitud y cerrazón gubernamental. El tercer lado desveló el saldo asesino del machismo y la cultura patriarcal que machaca a millones de mujeres en México. El extremo más esperanzador visibilizó la necesidad de promover y fortalecer esas que el feminismo entiende como las nuevas masculinidades. Me explico.
“Las brujas del mar”, conscientes o no del temporal que desataron, fueron la voz que desde una perspectiva feminista supo conjuntar reivindicaciones, anhelos y exigencias de justicia negadas.
Más allá de los muchos registros intelectuales y vocales en que se expresa, como bien apunta la filósofa española Amelia Valcárcel, el feminismo resulta ser “un desafío civilizatorio. Es más, es una de las tradiciones morales que más hace por elevar el nivel de civilidad de las sociedades. Porque se tiene que incorporar como vida vivida para la gente. Tiene una enorme cantidad de implicaciones, no todas inmediatamente visibles. […] Pero de eso depende luego una enorme cantidad de actitudes cotidianas. El feminismo es un enorme educador moral”.
Tanto la marcha como el paro tuvieron una invaluable función pedagógica remoralizadora. Las reivindicaciones expresadas en carteles, pancartas y cánticos dejaron en claro que las mujeres siguen siendo objeto de una enfermiza violencia; que hombres y mujeres no tienen las mismas condiciones laborales (porque éstas solo son buenas para equis o ye); que las mujeres se atenazan de miedo cuando salen solas a la calle; que no pueden vestir como les venga en gana, sin ser encueradas por alguna mirada de lujuria; que la mayoría de los feminicidios continúa impune y que, lo peor de todo, éstos tuvieron su origen en las paredes del “hogar familiar”.
Por favor no se confunda; la marcha y el paro son estrategias básicas de cualquier agenda feminista, la cual, en nuestro caso, reclama la emergencia de nuevas masculinidades y roles de género para que en el México machista-cromañón-e-incivilizado que habitamos, cualquier hombre sea capaz de: manejar una casa; responsabilizarse de la crianza de los hijos; administrar recursos provistos por su pareja; mostrarse vulnerable; actuar de manera sensible, empática, hospitalaria, pacífica y, muy particularmente, repudie y denuncie cualquier forma de violencia hacia la mujer.