Me encanta la parafernalia de las graduaciones. Para quienes vivimos en el mundillo universitario, la graduación tiene sabor a fiesta, sueño realizado, recompensa, capítulo cerrado, futuro por venir.
Esto último, lo venidero, por lo regular, se encuentra presente en los discursos que los oradores invitados regalan a los graduados. Venga del sector que venga, antes de pararse sobre el estrado, el orador se devanó los sesos intentando encontrar las palabras precisas para reconocer, motivar, inspirar y aconsejar a una nueva generación de jóvenes ilusionados por comerse en dos bocados el mundo laboral.
Aunque siempre satisfactoria, la tarea tiene un puntito ingrato. Elaborar un discurso que lo reúna todo (profundidad, datos de interés, fluidez, enseñanzas de vida e, incluso, una cierta jocosidad), no es tarea fácil. Existen los imborrables, pero no los perfectos. Es muy difícil escribir con la extensión justa para mantener la atención de los veinteañeros y evitar que se zambullan en el celular, eludir los sitios comunes, leer con la tesitura, velocidad y énfasis requeridos, proyectar una imagen congruente con el mensaje y, sobre todo, garantizar que alguna idea se quede por siempre en la mente y corazones de los recién titulados.
Esto lo he vivido en carne propia. He echado rollo y he escuchado más de cien veces discursos de todo tipo, color y sabor: desde los hipnóticos por su profundidad e inteligencia embebida, hasta los vomitivamente insípidos y aburridos. Soplarse una graduación de tres horas no es poca cosa, de ahí que el orador debe pensar muy bien qué hacer con el tiempo asignado si no quiere matar a fuego lento a los graduados y sus acompañantes. Hasta las familias más entusiastas se desaniman tras 10 minutos de frases empalagosas y clichés infumables como “Sálganse de la caja”, “El cielo es el límite”, “Las barreras son mentales”, “Las oportunidades están a la espera”, “Ustedes son el futuro” y demás cosas que ni el ChatGPT se atrevería a recomendar.
Pensando en lo que escuché los últimos dos días, si nuevamente tuviera la oportunidad de ser el orador huésped, iría al grano explicando el valor de tres cosas que, sin duda, serán de enorme utilidad en la vida personal y profesional de cualquier graduado: hablar con la verdad, hacer lo correcto y tratar de ser una buena persona.
De estas tres capacidades éticas hablaré en mi próxima entrega.