A estas alturas del sexenio, ¿qué aportan las conferencias mañaneras? ¿Cabezas de nota para los medios aliados de la 4T y sus detractores? ¿Tela para cortar y diseñar las discusiones en las mesas de análisis político? ¿Información útil para que la ciudadanía tome alguna decisión cotidiana –ponerse o no el cubrebocas, encharcarse o no con un crédito bancario, viajar o no por carreteras tomadas por el narco–? ¿Utilería para continuar alimentando el odio y resentimiento entre un bando y otro?
En términos cívicos, las mañaneras presidenciales no aportan nada provechoso por cinco razones simples de entender: no generan cohesión social –eso que Aristóteles llamó “amistad cívica”–; impiden que la sociedad se reconozca a partir de su dignidad humana; agudizan la animadversión; aceleran la polarización entre buenos y malos; y minan la capacidad para sentir empatía y compasión hacia los demás. Quizá esto último sea lo más pernicioso de este infecundo y torcido ejercicio retórico presidencial.
Extrañamente esto hace sentir feliz y orgulloso al Presidente. Sabe que ninguno de sus dichos, por estúpidos que sean, pasarán desapercibidos. En eso estriba su astucia y pericia política. Mañana tras mañana, el Presidente se da el lujo de mentir, manipular, descalificar, azuzar, lloriquear y amenazar, sin que tales linduras le desacrediten frente a quienes le hacen el caldo gordo; obviamente el efecto es contrario entre sus detractores.
Más allá del rédito político que trae para el de Macuspana, el problema es que su estrategia genera un altísimo costo social que ya comenzamos a pagar.
La capacidad para empatizar con el sufrimiento de quienes están en “el otro bando” comenzó a echar aguas; y no falta mucho para que suceda lo mismo con la posibilidad de sentir compasión, ese sentimiento moral que Jean-Carles Mèlich entiende como la posibilidad de “sufrir-con-el-otro, sentir el sufrimiento del otro como propio, aunque no sea propio”.
Tal como pintan las cosas para el próximo año, el escenario socioeconómico no está para seguir azuzando el resentimiento y el odio. Nuestra sociedad necesita exactamente lo contrario a lo que promueve cada mañana el Presidente.
De continuar con el numerito, como dijo hace más de 150 años Schopenhauer, más que una virtud cívica, la compasión estará emparentada con los milagros. Tal hecho, además de ser cívicamente deplorable, resulta éticamente inaceptable.
Pablo Ayala