Si usted es una de esas personas afortunadas que está en periodo vacacional no pierda la oportunidad de ver en Netflix la miniserie documental Challenger: el vuelo final. Más allá de la investigación periodística y el manejo de la trama, vale la pena verla porque nos permite comprender algunas similitudes que hay entre la desaseada carrera espacial que mantuvieron durante la guerra fría los Estados Unidos y la URSS, y la que hoy sostienen tres de los hombres más ricos del mundo: Jeff Bezos, Richard Branson y Elon Musk. Me explico.
La guerra espacial entre la URSS y los Estados Unidos duró alrededor de 20 años (de 1955 a 1977). En 1957, los rusos dieron el primer golpe mandando al espacio al Sputnik 1, pero los tripulantes del Apolo 11 caminaron en 1969 sobre la Luna llevándose, aparentemente, la victoria en la competencia. Sin duda, fueron muchos los beneficios que dicha carrera acarreó (desarrollos tecnológicos en distintos sectores, puesta en órbita de satélites, etcétera), pero en el fondo, los intereses eran otros. La disputa por conquistar el espacio era una mera fachada de la carrera armamentística que ambos países sostuvieron a lo largo de la guerra fría. 50 años después, los actores cambian, pero se mantiene el doble discurso.
Año tras año, los archimillonarios Jeff Bezos, Richard Branson y Elon Musk compiten por ser la persona más rica del mundo, de ahí que sus alianzas con el Centro Espacial Internacional, más que una vía desinteresada por promover la experimentación de innovaciones tecnológicas que le den la vuelta a ciertos problemas de la humanidad, forma parte de una estrategia calculada para seguir incrementando su riqueza.
En el primer caso, la motivación orbitó alrededor de la hegemonía geopolítica; en el segundo, el impulso es meramente económico. El fin del mundo bipolar apagó el interés por conquistar el espacio. El turismo espacial ofertado por Space Adventures, Blue Origin y Virgin Galactic durará mientras haya mercado.
Mientras reúne los 20 millones de dólares que cuesta viajar al espacio, usted encienda motores con Challenger: el vuelo final; estoy seguro que no se arrepentirá.
Pablo Ayala