Leyendo el libro de José Sols Lucia, Ética de la ecología integral, di con una expresión que hace más de una década me pareció inquietante, y que ahora encuentro como una analogía que nos permite comprender el momento que vivimos. Me explico.
En los sesenta, el Club Roma solicitó a un grupo de científicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts un estudio para conocer si el planeta podría soportar el crecimiento industrial, tecnológico y de la contaminación que había en ese entonces. Los resultados de la investigación hicieron sonar las alarmas: “Si no se corrige ya la tendencia de crecimiento industrial, demográfico, tecnológico y de consumo de recursos, en el término de cien años, a partir de 1972 el planeta podría situarse en un punto de no retorno, más allá del cual cualquier política protectora del medio ambiente llegaría demasiado tarde”.
A partir de esa fecha, los estudios presentados en los diversos foros y cumbres climáticas, no han hecho sino acortar la fecha fatal señalada en el informe Los límites del crecimiento, de ahí que si no actuamos de una manera radicalmente distinta, como dice Sols, “la vida humana sobre la Tierra tendrá fecha de caducidad”.
Proporciones guardadas, el asesinato de los dos sacerdotes jesuitas y el guía de turistas frente a las puertas de la iglesia de Cerocahui, Chihuahua, hicieron sonar la alarma del punto de no retorno con relación al problema de la violencia e inseguridad que azota a México.
Cualquier persona que tenga dos dedos de frente coincidirá con López Obrador en que la vía para erradicar la violencia en las calles precisa atender sus causas –reducir la pobreza, frenar el desempleo, garantizar el acceso a la educación, redistribuir mejor las oportunidades, etcétera–.
De igual forma, cualquier persona con dos dedos de frente debería coincidir con la idea de que a la par de las causas, no debe perderse un día más para cambiar la estrategia de mantenerse de brazos cruzados, y poner un alto definitivo a la violencia desenfrenada evitando con ello la muerte absurda e injusta de miles y miles de personas inocentes.
Esta vez fue en una iglesia, pero ¿mañana dónde será? ¿En un preescolar, una sala de parto, un asilo de ancianos o el dormitorio de un cuartel militar?
Pablo Ayala