Política

Desaprendizajes

En mi casa no hay tinaco, ni cisterna, ni agua.

Para no mentir en esto último, fui a la cocina y me paré frente al grifo mirándolo con el mismo rencor que siento cuando soy presa de lo inútil: una llanta ponchada en medio de la carretera, el sanitario sin agua, el teléfono sin batería…

Abrigando algo parecido a la esperanza respiré hondo, crucé los dedos y… el maldito grifo escupió unos cuantos resoplidos que terminaron en una exhalación fatal. Se quedó mudo como lo ha estado durante muchos días; tantos que ya perdí la cuenta.

Además de la frustración, hartazgo, ansiedad y muchos malos olores, ¿hay algo rescatable en el problema de la falta de agua en nuestras casas? Lo único bueno que encuentro en esta insoportable situación es una especie de “ganancia social” futura que podríamos llamarle desaprendizaje. Me explico.

Aunque resulte increíble, apenas estamos cayendo en cuenta que el agua es un recurso escasísimo que hemos menospreciado y desperdiciado de manera grosera y absurda.

Esto se debe a que nuestra relación con el agua ha estado mediada por una serie de aprendizajes desafortunados. Aprendimos a derrocharla; hemos sido educados conforme a los principios de la cultura del despilfarro, de ahí que nos parezca imposible hacer cosas, tan básicas como asearnos o mantener la limpieza de la casa, sin tener que tirar por el caño cientos y cientos de litros de agua inútilmente. Qué decir de la manera en que algunas personas lavan el coche, limpian las ventanas y barren la banqueta: a puro manguerazo.

Nos creímos el cuento que teníamos agua de sobra, por ello fantaseamos con la historia de que Monterrey se edificó “encima de veneros y manantiales eternos”, pero visto lo visto, tales creencias no resultaron tan ciertas.

Así, sea por cordura, sentido común o conciencia de que estamos ante una última llamada, lo que toca es desaprender los vicios de nuestra arraigada y patética cultura del desperdicio, para nuevamente relacionarnos con el agua desde una nueva lógica: la de la sostenibilidad. Eludir tal responsabilidad sería equivalente a un suicidio colectivo.

De lo que deberían hacer las empresas para asumir la parte que les corresponde, hablaré en otro momento, ya que de esto hay mucho que decir.

Pablo Ayala

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Pablo Ayala Enríquez
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