Cultura

Ya olvidé: León Portilla

Sin lugar a dudas la desaparición José José opacó la noticia del deceso del Miguel León Portilla, el afamado investigador de las culturas prehispánicas en el centro del país y de la lengua y la literatura Náhuatl. Lo anterior originó que los omnipresentes intelectuales de las redes sociales, enojados por qué la nota se la llevó el príncipe de la canción, se asumieran como apologistas de la memoria del también filósofo, y esgrimiéndose, cual dioses de la sabiduría, menospreciaron y criticaron a todo aquel que no hiciera mención sobre la muerte del escritor.

Sin embargo, en esta ocasión, algo raro pasó, hubo un dato curioso que me hizo reflexionar sobre el asunto. Resulta, querido lector, que con mi agudísima visión feisbuquera observé que la mayoría de mis contactos del gremio de los historiadores y similares, anexas y conexas, omitieron conscientemente  la defunción de León Portilla, sí acaso, un par realizaron alguna nota marginal en sus muros.  Y aunque creo saber la razón de tal desplante, me di a la tarea de consultar con algunos agremiados de la historiografía mexicana y preguntar su opinión al respecto.

Los cuestionados consideraron que el investigador, de muy admirable bagaje curricular, autor de muy valiosos textos y ampliamente reconocido entre académicos de diversas latitudes, nombrado Honoris Causa por más de 15 universidades en Europa y América y poseedor de múltiples distinciones, supo donde estar y qué escribir en los momentos políticamente adecuados.

Por ejemplo, don Miguel, de formación jesuita, publicó su primer libro en el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines, es decir, en cenit de la era indigenista en México.

El contenido de dicho texto le hizo hacerse de padrinazgos y amistades de la talla de Agustín Yáñez, Salvador Novo o Jaime Torres Bodet. Y acto seguido, el joven autor heredó la bendición académica de las deidades del nacionalismo post revolucionario y toda su corte celestial. A León Portilla ya no le tocó, desafortunadamente, figurar tan alto como aquellos histriones de la política intelectual.

Los dioses del Olimpo mexicano lo habían apadrinado, pero no lo incluyeron en su exclusivo club. Así que desde una posición de “vaca sagrada”, se consagró a la investigación histórica.  Y es justo aquí donde radica el meollo del asunto, la mayoría de mis entrevistados concuerda con que el historiador fue exaltado muy pronto al estatus de “vaca sagrada”, y esa situación lo ancló en el romanticismo indígena y centralista que el estado ha utilizado como lazo con el pueblo, y por el cual, el escritor no podía ser tocado ni con el pétalo de un cempasúchil.

A la postre, la mayoría de los historiadores dejaron de referenciar a don Miguel en sus investigaciones, pero eso sí, nunca dejaron de admirarlo, y como sucedió con José José después de alcanzar la cumbre y volverse leyenda, su trabajo se convirtió en la narrativa romántica de la identidad mexicana y en la justificación del sufrimiento propio. 

 Con la pequeña diferencia que las canciones del Príncipe de la canción se cantan al final de la borrachera, mientras que los libros de León Portilla se exaltan en los aciagos momentos de pompa intelectual.


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Oscar Riveroll
  • Oscar Riveroll
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