Querido lector, desde hace algunos días preparé para usted el tema de esta columna, pues el presidente de la república echó un bote a rodar y puso en la palestra pública un asunto del que se habla constantemente en las tertulias cafeteras, me refiero al “golpe de estado”. Por tal razón, en cuanto se publicó la diatriba, me brillaron los ojitos y me puse a investigar para contextualizar algunos de los intentos de golpe de estado en el México del siglo XX.
El contenido daba para mucho, sin embargo, las redes sociales son un retrete que engullen rápidamente las noticias e hicieron que el tema quedara fuera de moda. Luego entonces, para mi infortunio, no puedo atraerlos a la lectura de mi artículo, ni siquiera adelantando los nombres de los protagonistas, léase, el General Marcelino García Barragán y su hijo Javier García Paniagua, abuelo y padre respectivamente del actual Secretario de Seguridad Publica de la CDMX.
Ya que estamos out, tampoco es conveniente contarle cómo el General García Barragán desdibujó, en una sola frase, el alzamiento militar que lideraba el General Miguel Henríquez Guzmán, ex candidato opositor al oficialista Adolfo Ruiz Cortines.
Dicen los que saben, y no me refiero a Wikipedia, que Henríquez consiguió el apoyo de los generalotes revolucionarios para dar el golpe, incluido el de García Barragán, quién a por su parte, al darse cuenta que al líder le temblaban las corvas y titubeaba en una reunión nocturna previa a la insurrección, se levantó de la mesa y dijo: “me voy a dormir, ahí me avisan que deciden” y con un lapidario “pero para mí que éste se raja”, señalando al interfecto, dejó el salón en un silencio sepulcral. Al día siguiente, Henríquez tuvo que salir las calles con la cola entre las patas para calmar a sus seguidores y así evitar una masacre.
Otra de las anécdotas golpistas que no mencionaré por no estar en “trending topic”, es la de Don Javier García Paniagua, cuando estuvo listo y decidido a dar un golpe de estado al gobierno de Luis Echeverría.
“El tigre de Usmajac” que ya tenía armados, apalabrados y distribuidos por el país a varios grupos subversivos, contaba también con el apoyo de los militares de la vieja guardia para quedarse en el poder. Todo estaba dispuesto y Don Javier, a diferencia de Henríquez, no le temblaban las corvas para echarse ese trompo a la uña. Sin embargo, dicen las lenguas sayulenses, que fue el General García Barragán (apá del rijoso) quien le dio un “estese sosiego” para que el primero se desistiera, pues sabía que su hijo era capaz de formar la más cruel de las dictaduras.
Es una lástima que las tendencias no me permitan escribir lo que ya escribí, ¡ups!, y si pudiera, con gusto les diría que hablar de un golpe de estado, a la distancia y de manera anecdótica, hasta puede ser ameno. Pero hablar de tan solo el rumor de un suceso de este tipo y en estos tiempos, es una cuestión preocupante y peligrosa. Lo bueno es que del asunto ya pocos se acuerdan y son otros los tópicos que nos preocupan.