A estas alturas de la semana, seguramente seré el enésimo columnista en escribir sobre la exigencia de disculpas que el presidente de México hizo a la corona española por el asunto de la conquista. Pero ni modo de quedarme “out” del tema de moda, así que espero les sea de interés lo que escribo.
Ya fuera de la vorágine de las opiniones expertas y descarnadas que saturaron las redes, me di a la tarea de preguntarle a un amigo Yaqui sobre el tema. Tirso Moroyoqui, quien me honra con su amistad, es un Paskola miembro de los diez mil guerreros de la Nación Yaqui (pueblo originario), con amplios conocimientos de su historia y tradición, pero sobre todo, es un férreo defensor de la soberanía y autonomía indígena.
Tirso, oriundo de Huírivis, Sonora, uno de los ocho pueblos Yaquis, me respondió muy ufano sobre el tema: — “Ellos, los españoles, no tienen por qué disculparse con nosotros, pues a pesar de que intentaron invadirnos, jamás pudieron derrotar al pueblo Yaqui, simplemente nos la pellizcaron (sic), no hay agravio, les dimos en la torre” — y continuó su alocución: — “El único que pudo derrotarnos y humillarnos, y sólo por medio de traiciones, fue un indígena mixteco llamado Porfirio Díaz. Él sí causo mucho dolor a nuestra cultura… pero de algo puedes estar seguro, se lo cobramos con creces durante la Revolución” —.
Esa respuesta contundente hizo afianzar mi opinión al respecto, no existe sólo el blanco y el negro en los conflictos humanos, y menos en una región tan rica y diversa en culturas cómo lo es el territorio mexicano. Aquí, la historia y los matices son tan amplios y envericuetados, que emberrincharnos en una sola postura es escupir pa´ arriba a sabiendas que el gargajo tarde o temprano nos caerá en la cara. Estoy cierto que la petición del presidente no es descabellada, pues es la moda en lo políticamente correcto, que muchos países pidan disculpas por agravios anteriores, eso sí, siempre lo han hecho por iniciativa propia, mostrando su empatía e infinita bondad. Luego entonces, es lógico que ningún estado, en su sano juicio, acepte una EXIGENCIA otro gobierno.
En este sentido, creo que todo sería amor y dulzura si esa carta hubiera seguido la vía diplomática y no la exposición pública que siguió, en una evidente acción de fuego amigo o intriga palaciega.
Haga usted, querido lector, las sumas y restas conspiranoicas que considere correspondientes y dígame ¿sí la disculpa hubiera sido o no benéfica para ambas partes? Yo conjeturo que sí, porque la corona ibérica habría sido identificada cómo moderna, magnánima y muy noble, mientras que el presidente mexicano fortalecería sus bases electorales, tal cómo lo hace Trump con el rollo del muro fronterizo. Por mi parte, sigo con charlas y lecturas sobre la conquista mientras me tomo un cafecito, todo, para enriquecer mi humilde punto de vista.