Apreciable lector, le presumo que esta columna de opinión, misma que usted amablemente lee, cumple las cien publicaciones, número cabalístico que significa la espiritualidad infinita, además de que es la suma de noventa más diez. Son cien columnas que me han obsequiado, antes que nada, un invaluable aprendizaje y un inimaginado oficio de vida. Y por lo tanto, realizaré un pequeño recuento de la evolución de este espacio llamado “de café”.
El proyecto inició con la noble intención de divulgar la cultura del café por nuestra perla tapatía (al cabo y el tema da para escribir durante cien años), y claro, también es un desbocado y torpe intento por encontrar un estilo propio para articular mis ideas y hacerlas llegar a usted de la manera más clara posible. Situación complicada, pues no está para saberlo, pero su seguro servidor era un absoluto neófito en esto de escribir periódicamente y bajo criterios de prensa específicos.
Una vez pasado el nervio de primerizo y luego de las primeras colaboraciones, la columna que hablaba sobre la cultura de café se trasformó a un compendio de pequeñas narraciones de ficción histórica, donde las anécdotas sobre el devenir del aromático y su recorrido por la geografía del planeta dieron cuenta de su trascendencia en la humanidad.
En este espacio, por ejemplo, hablamos desde la peregrinación etíope encabezada por Makela I, reina del Sabá, con rumbo a Judá, hasta la nefasta caída del precio del café en la bolsa valores de Wall Street, pasando por su truculenta llegada a Europa y su noble diáspora en México.
Sin embargo, y a pesar de lo entretenido que puede ser el contenido de la ficción histórica, nos alcanzó la realidad de los aciagos tiempos electorales y por consiguiente, la de los tiempos de la polarización política, por lo tanto, esta columna tuvo la necesidad de evolucionar, pues sentí la necesidad de expresar lo que vivíamos a diario en el café.
Los temas de la tertulia se habían vuelto cada vez más interesantes, el debate y la exposición de ideas, a diferencia de las redes sociales donde todo es insulto y odio, enriquecían el conocimiento y la diversidad de formas de pensar en un ambiente de respeto y tazas de expreso. Desde entonces, hablamos de eso y de todo un poco.
Y aquí estoy, después de cien columnas y con la intención de que no se enteren que me faltó tema para esta ocasión, agradeciendo profundamente a usted, querido lector, por darse el tiempo de leer y criticar estos dos mil quinientos caracteres. Por lo pronto, espero contar con su atención para la siguiente publicación, y espero, de igual forma, que este prestigioso diario continué dándome la oportunidad de verter mi opinión, por más jericayera que esta sea.