Con una duración de apenas cuatro capítulos, la narrativa que expone la serie Adolescencia en Netflix se ha vuelto tema recurrente de conversación. Mientras otros productos cinematográficos o televisivos que abordan temas semejantes basan su éxito en el suspenso de si el protagonista es o no culpable de los hechos que se le imputan, en este caso, esa duda dura apenas instantes y muy pronto se demuestra, sin margen para la duda que el joven de 13 años, en torno al cual gira la historia, no solo asesinó a su compañera de escuela, sino que lo hizo con premeditación y una frialdad que aterra.
Una razón importante para la incomodidad casi adictiva que genera es la que da nombre a la serie. El tema de la edad es un factor importante para voltear a ver al entorno buscando causas raíz. ¿Cómo cabría tanta maldad en una criatura tan joven? ¿Cómo podría tener las herramientas, la libertad, la movilidad que implicaron cometer un crimen de esa magnitud? Pero, sobre todo, ¿cómo puede una figura tan frágil y un rostro que denota inocencia traicionar de esa manera lo que se espera de esa imagen? No en balde la sutil gesticulación que magistralmente despliega el joven actor se convierte en la única brújula del espectador para ver emerger la que pareciera ser la verdadera personalidad oculta tras la máscara angelical.
En esto pensaba cuando leí la noticia del doble asesinato en Chalco perpetrado por una mujer adulta mayor y captado totalmente en video. La edad de la asesina ha sido el tema principal de la cobertura mediática del asunto. Las preguntas en torno al caso son por supuesto muy similares a las planteadas en la serie y que tienen que ver con la violencia ejercida por quien menos lo esperamos. Pero quizás el paralelismo va más allá y debiera obligarnos a cuestionarnos nuestro edadismo; esa búsqueda por encasillar los extremos de la vida en una idea de inocencia seráfica en lugar de reconocer, tanto en infancias como en personas adultas mayores a personas plenas con toda la complejidad que eso conlleva. Pero tal vez eso nos resulte difícil porque implicaría, primeramente, voltear a verles, cosa que no hacemos con frecuencia.