Existe un consenso tácito en que es la democracia el mejor sistema político pues dota de legitimidad a las autoridades como representantes de los intereses de la población. La mayor parte de la atención sobre los asuntos públicos se centra en esto, en como el ejercicio de poder representa o no a los intereses de la mayoría, y que instrumentos cuentan las minorías para ser representadas en el ejercicio de gobierno.
El ejercicio del poder es dinámico por ello la democracia siempre está en constante cambio y los instrumentos legislativos y electorales se van perfeccionando constantemente, las normas que hace unos años fueron vanguardia rápidamente pueden ser rebasadas por la realidad siempre dinámica. Sin embargo la democracia por sí sola, no garantiza que los gobiernos legítimos que de ella emanan sean eficientes en resolver los problemas de los ciudadanos.
Por ello para que la política genere mejor calidad de vida requiere echar mano del conocimiento científico aplicado para resolver los problemas públicos de la mejor manera, lo que conocemos como políticas públicas. En la década de los 40´s en Estados Unidos, Harold Laswell se planteó el objetivo de “cerrar la brecha entre el conocimiento y las políticas públicas”, su esfuerzo devino en una corriente académica multidisciplinar que por casi un siglo ha ido evolucionando, y generando innovación para que los políticos tengamos a la mano las mejores decisiones posibles para resolver los problemas de su entorno.
Existen numerosos enfoques de políticas públicas, desde los que buscan generar soluciones técnicas al margen de su viabilidad política, o las llamadas incrementales que parten de las soluciones posibles para construir las deseables. Las políticas públicas implican también el análisis de los incentivos que tienen ciudadanos y autoridades para tomar determinadas decisiones.
La política sin políticas efectivas no logra transformar ciudades, estados ni países.