Tener poder viene junto con límites difusos. Teuchitlán es hoy el asunto con el cual se muestra una vez más cómo el poder se puede ejercer si se respetan los límites, sí difusos, inamovibles también. Antes “la verdad histórica” y Ayotzinapa, más antes la Guerra contra el narco y Florence Cassez y la justicia por televisión; el “Y yo porqué” de Fox, el “error de diciembre” y el Fobaproa Zedillista, el 22 de abril en Guadalajara, la “riqueza” petrolera de López Portillo, el 10 de junio echeverrista, el 2 de octubre de Díaz Ordaz… y el amable lector, de mayor edad, puede llegar con sucesos críticos en todos los períodos presidenciales hasta Iturbide y Guadalupe Victoria.
En estos asuntos y otros parecidos el poder se ejerce con explicaciones y apariencias de verdad y definición definitiva de “lo que pasó” con el consenso obligatorio de “así fue, y así se quedará”, no obstante, los enormes vacíos lógicos y de información que tienen cada explicación y apariencia. Hoy la misma obra en Teuchitlán, distintos actores, mismo guión, distintos lastimados, el mismo: “la ley hará justicia”. Lástima de sujeto intangible. No hay modo pues, a crimen de Estado corresponde solución de Estado. Aquí y en China como dice el refrán, hoy y siempre como consigna la historia.
¿Ya? Para nada. Los miles de desaparecidos tienen más miles de lastimaduras; sí por la ausencia y más por la imposible respuesta a ¿qué pasó? Y los miles de mexicanos y mexicanas con la esperanza, no sólo emocional sino construida con acciones, reclamos y ánimos decididos a ir más allá de decisiones burocráticas, de planes para el próximo siglo y condolencias de boca. Quizá estos desaparecidos no aparezcan como no han aparecido los del 2 de octubre, del 22 de abril, del 26 de septiembre y los de todos los días, todos, con los cuales nos acostumbramos a dolernos y a bajar el optimismo.
Para empezar y seguir podemos reconocer cómo el gobierno chileno, una vez acabado el tiempo de Pinochet, decidió hacer un monumento a la verdad de lo sucedido en el Golpe pinochetista: Un museo con todos los documentos rescatados donde un cierto militar manda la ejecución de ciertas personas. Donde se recogen cientos (miles) de testimonios de testigos sobrevivientes de los maltratos y vejaciones a las que fueron sometidas. “No se olvida” consigna mundial que impide la repetición de tal holocausto.
Puede ser cierto que más de alguno de esos desaparecidos sea alguien que en algún momento cometió crímenes, sea porque así lo quiso, sea porque lo obligaron y en ambos casos le costó la muerte. No importa. El punto es el mandato ético que da derecho a los familiares y aun a los amigos de conocer qué pasó, dónde está, cómo está. Y sobre este mandato ético está el sentido profundo de un gobierno de una sociedad humana concreta. Un gobierno puede gobernar, sí, con base en las leyes justas y bien hechas por aquellos responsables nombrados por el pueblo, y además y sobre todo, el gobierno puede gobernar porque cada acto, político, administrativo o legal, de gobierno está validado por la ética del poder y del poderoso, cuya síntesis es “La verdad os hará libres”. No el castigo, no la venganza, no la mentira piadosa. Sólo la libertad forjada con la verdad.
Desde luego, en un país, configurado por un pueblo, puede ser imprudente que el gobierno pronuncie con todas las letras las verdades de los hechos sucedidos ante una situación grave, o ante el imperativo de una solución. Lo ilustra el famoso discurso del más famoso primer ministro inglés, Winston Churchill, cuando anunció el imperativo de declarar la guerra a Alemania pues toda forma de entendimiento pacífico fue desechada. Churchill anunció el imperativo de declarar la guerra y la tristeza de los soldados que no regresarían a Inglaterra. Por eso con su sacrificio honrarían a su patria y sus convicciones. Al mismo tiempo, la importancia de no doblegarse ante los excesos del enemigo.
Por ahora no tenemos una situación similar en nuestro país, a pesar de las “bajas” de nuestros cuerpos armados en la lucha contra el crimen organizado hoy apoderado de diversos territorios del país. Sin embargo, no basta honrar a las fuerzas armadas y policías por su valor y entrega para frenar las situaciones como el número creciente de mexicanos y mexicanas desaparecidas. No basta declarar diferentes planes, abstractos la mayor parte de las veces, y tampoco declarar la limpieza de las fuerzas del orden.
Se requieren acciones capaces de inhibir la aventura de muchos jóvenes, quienes tarde o temprano caerán en la categoría de desaparecidos “no localizados” con opciones funcionales y decididas, del gobierno, de la sociedad civil y sobre todo de las fuerzas productivas para ofrecer verdaderas alternativas capaces de mover el ánimo de los y las jóvenes hacia una actividad que les permita forjar y mejorar su plan de vida. No serán opciones mágicas y sí pueden ser ejemplos que susciten su multiplicación y su atractivo para la población hoy atraída por el crimen organizado a la ganancia fácil y la muerte casi segura.
Si bien en el sexenio anterior se lanzó la iniciativa de las universidades del bienestar, hoy de capa caída, es cierto que la dualidad “estudio – trabajo” es una opción para familias y jóvenes, con un mejor planteamiento y una mejor realización, y la colaboración de las diversas fuerzas de este país. La tecnología aplicada a la educación puede ser una fuerza, que bien apoyada, sin retórica, es capaz de motivar a las personas, los y las jóvenes a forjar proyectos productivos.
Menos simulación y más verdad. Menos política y más ética. Menos “planes” y más voz y propuestas de quienes hoy son candidatos a la desaparición si no hacemos la diferencia y el poder “hace” y desiste de “no hacer”.