Toca hoy reconocer a las mujeres. En el libro de “Los días de…” se escribió que el ocho de marzo es el día de la mujer. Bien por quienes lo escribieron, bien por las y los que celebramos tal inscripción. Con frecuencia en estos “días” se usa realizar actos protocolarios par pronunciar discursos protocolarios con alabanzas y epítetos no siempre felices sobre el tema, asunto o personajes cuyo “día” se celebra. En otros “días” se establece una alianza imaginaria entre el valor a celebrar y el volumen del consumo para mostrar el gusto por quien se celebra, tal cual sucede con el “día de la madre”.
En otros casos, aparte de los protocolos de autoridades o institutos oficiales, la sociedad civil se hace presente para recordarnos el conflicto, no resuelto, que está ligado al personaje o asunto que se pretende celebrar con el día de tal o cual. Es el caso del día de la mujer. La sociedad civil organizada todos los días enfrenta cuestionamientos tales como ¿Por qué no les basta a las mujeres las declaraciones de derechos escritas y establecidas para todas las personas? ¿No son personas? ¿Por qué se les distingue?
La respuesta más sencilla y contundente con la cual me he encontrado es: Por que las mujeres siempre han sido segundo lugar. Muy protegidas en la letra legal, muy golpeadas en la realidad física, social y simbólica. Votaron después. Entraron a la escuela y a la universidad después. Se le reconoció su capacidad en artes, ciencias, profesiones y oficios “masculinos” después. En todo después. Por eso hizo y hace falta hacer leyes, convenios internacionales y nacionales para asegurar que los derechos de las personas son, en mente, corazón y, sobre todo en práctica social, también de las mujeres.
Por eso vale un “día de la mujer” no para celebrar, que hay mucho por qué hacerlo, sino sobre todo para insistir que el conflicto de genero no está resuelto y cada día cobra víctimas y genera obstáculos para las mujeres. No vale hacerle el juego a la vieja burla: Ustedes mujeres tratan de ser iguales que los hombres. Nada más falso. Se trata, que la mujer, como cualquier persona, no tenga “cerrada la puerta” para realizar cualquiera de las actividades y tareas propias del ser humano por considerar las diferencias corporales diferencias de valor o por imaginario simbólico simplista. “Viva la diferencia” se aplica para todos.